Hace 520 años, un señor se perdió, llegó a estas tierras
pensando que eran “Las Indias” y amablemente, con los muchachos que trajo en
sus tres carabelas, se llevó algunas cosas y alguna gente para mostrar a los
reyes lo que había conseguido. Bautizó lugares, hizo cinco viajes y murió
convencido de que eran las indias nomás lo que se había encontrado.
En ese cuentito se ignoraron exprofeso algunas cosas.
Cuando Colón llegó a las costas de lo que él no pensaba
descubrir ya existían mapas que hablaban de nuestra tierra. Los mapas de Piri
Reis que estaban en manos de su suegro en Portugal. Se omite que la Europa
medieval conocía de estas latitudes tanto por vía de antiguos navegantes de
Oriente como por vikingos y templarios.
Pero por sobre todas las cosas este relato, como otros, es
el núcleo-origen para imponer autoridad en el eje norte sur de nuestra
historia.
Pero supongamos que lo anterior no pasó, que no anduvo don
Piri por estas costas, que los vikingos no navegaron tanto, que no constamos en
los textos sumerios (ver a Sitchim) que los templarios no conocían el sur del
continente., supongamos que las columnas con runas que están en la selva
brasilera no están. Omitamos todo dato nuevo de los viajes anteriores.
¿Qué nos hace pensar que no han sido los viajes al revés?
¿Por qué decir que las barcas de junco del altiplano son parecidas a las de
China y no al revés? ¿Por qué pensar que aprendimos de ellos y no ellos de
nosotros?
Miramos nuestra historia desde el mirador del invasor.
Como quien culpa a la victima de la violencia del
victimario.
¿Quiénes son los victimarios? ¿Quién los forjó?
Hace milenios, los pueblos que luego nos invadieron, fueron
invadidos y masacrados. Roma, creada por dos griegos desterrados, imperio en
expansión, devorador de almas, cuerpos y bienes, avanzó sobre los pueblos
bárbaros (bárbaro es aquel que no habla latín) robándoles la soberanía sobre
sus tierras. Cuando se cristianizó el imperio, les robaron además sus dioses,
los demonizaron, los desarraigaron de sí mismos. Se impuso la visión de un
imperio en el que se le había dado el lugar de “hijo de Dios” a Constantino,
Constantino tuvo a su servicio tierras, humanos y almas.
Esos, los dominados, condenados de la tierra europea,
vinieron a invadirnos y saquearnos, a extender el imperio, a poner a servicio
de su Dios a las almas, a demonizar la fe de la tierra, a romper huacas, a
perseguir a quienes cantaban a la Pacha para la buena siembra, a violar mujeres
y matar niños y viejos.
Vinieron a borrar la historia de las paredes de los templos,
con cruces.
“Tu libro no habla, no quiere hablar” cantaría siglos más
tarde Víctor Heredia en el Taky Ongoy. Veamos esta letra:
Encuentro en Cajamarca
CREO EN MIS DIOSES. CREO EN MIS HUACAS
CREO EN LA VIDA Y EN LA BONDAD DE VIRACOCHA
CREO EN INTI Y PACHACAMAC
COMO MI CHARQUI, TOMO MI CHICHA
TENGO MI COYA, MI CUMBI,
LLORO MIS MALLQUIS, HAGO MI CHUÑO
Y EN ESTA PACHA QUIERO VIVIR.
TU ME PRESENTAS RUNA VALVERDE
JUNTO A PIZARRO UN NUEVO DIOS
ME DAS UN LIBRO QUE LLAMAS BIBLIA
CON EL QUE DICES HABLA TU DIOS:
NADA SE ESCUCHA POR MÁS QUE INTENTO
TU DIOS NO ME HABLA, QUIERE CALLAR
POR QUE ME MATAS SI NO COMPRENDO
TU LIBRO NO HABLA, NO QUIERE HABLAR.
Así desparrama el imperio sus creencias en la antigüedad,
llegaron sin comprender, sin saber pero sobre todo sin querer saber de esos a
los que llamaban bárbaros, indios (que significa sin dios).
Se mezclaron a la fuerza con ellos, por el abuso, generaron
hijos a los que condenarían por no ser sumamente blancos, cholos, chinos decían
con desprecio.
El sesenta porciento de los argentinos tiene, merced al
mestizaje, sangre originaria, sin embargo no se los mira. La historia mitrista
nos los sacó hasta del himno “Se conmueven del Inca las tumbas /y en sus
huesos revive el ardor /lo que ve renovando a sus hijos /de la Patria el
antiguo esplendor.”
La historia oficial nos enseñó a ver a nuestras Naciones Prexistentes
como básicos, bobos, manejados por el diablo, hacedores compulsivos de
sacrificios (en Europa también se hicieron durante milenios, de hecho, en la
misa cristiana se come el cuerpo y la sangre de Cristo.)
Sería terrible callar todo esto, sería doloroso, es
necesario reconocer esto.
No reniego por decir estas cosas, de mi parte italiana, la
tengo, pero también corren por mis venas sangre ranquel y sangre aymara, y esas
sangres son mi fuerza.
Un amigo, viejo, del norte me dice al uso de su pueblo, que
soy una “dos tierras”.
Esta “dos tierras” quiere hoy pararse para homenajear la
sangre de todas las naciones prexistentes de Abya Yala, dejando en la tierra parte
de su corazón, sembrando su conciencia para que sus hijos frutos que un día
vendrán se paren tan orgullosamente como lo hago yo cuando miro mis ancestros.
Quiero con esto recordar a los 150.000.000
de originarios que perecieron por la mano o la herencia del invasor, porque no
podemos negarlo más: a nuestra tierra la invadieron y la saquearon, impusieron
su cultura y su fe, nos dejaron sin espacio, sin autoestima.
Pero los pueblos no mueren, guardan sus dioses, los
disfrazan para sobrevivir, así como alguna vez los invasores, en su pasado de
invadidos escondieron sus dioses en los santos del imperio romano cristiano,
nuestros pueblos han salvado de la misma forma a los suyos y también han
salvado a Mama Coca, al Tabaco, que como dijera el último Inca sería veneno
para el blanco.
Hoy el esquema de dominación no se ha roto, hoy no son
invasores con espadas y cañones, son los hijos de los “conquistadores del desierto” con su credo y
su fe, la de Monsanto, matando compañeros del MO.CA.SE, desalojando hermanos de
sus tierras, robando y masacrando.
Si, la INVASION del continente, hace 520 años trajo esto.
Hoy nos toca recobrar el equilibrio desde el hacer, en 2005
empezó el nuevo Pachacutec, el nuevo tiempo, 500 años de luz dicen los amautas.
Este es el tiempo de recuperar la conciencia y la historia nacional y popular,
nacional de la Patria Grande, recuperarnos y reconocernos como hermanos.
Hacer visibles a las Naciones Prexistentes ( si naciones,
porque tienen idioma, ley, religión y entramado social propio) compartir su
lucha, porque al fin y al cabo, profundizar un modelo de inclusión es eso,
incluir a todos, legislar para todos, proteger a todos, en especial a ellos.
Luchar unidos para que se respete la pertenencia ancestral, pero también
aprender a sacarnos la visión occidental sobre la tierra, somos de la tierra,
vivimos en ella, morimos en ella.
La conquista nos negó la identidad, nos robó la soberanía
sobre nosotros mismos, eso debemos recuperar.
Volver a aprender de nuestros hermanos, recuperar el amor a
la tierra, no del que le pone alambrado, sino del que se siente acunado por
ella, hermano de todo lo que respira.
Deseo que un día, no haya “día de la raza”, que la sangre de
nuestros muertos sea reconocida, que podamos ver esa parte originaria que duerme
en cada uno de nosotros, despertarla y valorarla. No pasa sólo por colgar una
Wilpala, sino por comprometerse en la lucha.
Guadalupe Podestá
Cordero