Por Guadalupe Podestá Cordero
Los humanos vivimos una historia micro, la personal, la
propia, esa historia que nos hace ser quienes somos, compuesta de una
prehistoria -que es la historia familiar- y un presente que es la historia que
hacemos desde que salimos de la panza de mamá.
Siempre se ha procurado entender a cada persona con su
historia, comprender sus atravesamientos y experiencias, pero, inevitablemente,
hay una pieza faltante. Así revolvamos en el universo vincular de esa persona o
de ese grupo, hay piezas faltantes.
¿Qué pensamos cuando nos paramos frente a la idea de “la
historia”? Cada uno tiene una, la llevamos en nosotros, la hacemos a cada
momento, pero la realidad, es que, cuando hablamos de historia nos parece algo
grande, inalcanzable y sobre todo larguísimo.
¿Podemos pensar la historia de cada uno de nosotros como un
hecho aislado, como un algo súbito en el latir del universo? ¿Hemos sido
generados, acaso, sin un contexto histórico social?
Cuando nos toque mirarnos al espejo de los ojos del otro,
deberemos entonces, evitar ver la historia en común, si somos coetáneos
esquivaremos pertinazmente los recuerdos generacionales. Olvidemos las modas,
los ciclos, los hábitos, los lugares que ya no están, no preguntemos si fuimos
a tal o cual colegio, evitemos el “…Te acordás de…”.
Una vida es una historia tejida por miles de otras, una
historia humana nace de otras, y es más la historia de ese bebé o esa beba que
nacen, surge de los motivos, razones, motivaciones y circunstancias de quienes
cumplan el rol de padre y madre orgánicos (ya que los de crianza pueden ser
otros, y también la historia de estos conforma la historia base del niño/a).
Cuando nos planteamos sumergirnos en la historia del lugar
donde nacimos y donde vivimos, del país,
debemos recordar que hay historias e historias manipuladas, pero que
todas ellas nos tejen.
La mayoría de los padres han trabajado para alguien, hasta
que han podido independizarse, las leyes que los protegían como trabajadores
nacieron por el esfuerzo, la lucha, de alguien o de un grupo de personas, la
lucha obrera no nació como un hongo en el cantero húmedo, cuando miramos al
pasado encontramos claves de nuestra propia historia y en ello está la clave
fundante de la identidad de cada uno y de allí el tipo de vínculos que se
establece con los demás.
La historia no aburre, asusta, y asusta porque a alguien le
importó que asuste.
“A mí que me importa lo que pasó en la conquista, yo nací
hoy” escuche una vez en el colegio, claro, el nació de los conquistadores, se
comió el cuento de que por blanco estaba salvado y listo, porque en un mundo
global no hay necesidad de pensar en el origen, pero cuando le tocó cruzar el
mar para ir a la tierra de su bisabuelo, se encontró con que era un negro
sudaca más del montón. ¿Y entonces? Entonces tocó comprender que los invasores
nos seguían viendo igual, como subhumanos que existían para servirlos. Empezar
a ver la diferencia entre la inmigración de trabajadores y campesinos que huían
de las guerras o el hambre y los conquistadores, venidos a invadir y saquear
para la corona y para sí mismos.
Comprender que no somos una brizna ajena a la historia es
complejo. Nuestros hábitos tienen una raíz histórica.
Si tus abuelos huyeron del hambre de posguerra entonces no
te permitirán dejar nada en el plato y guardaran para mañana, porque puede no
haber. Cuanto abuelo o abuela español pedía que la tortilla se vuelva, y vos
dirás que no sabés lo que es… “cuando querrá el dios del cielo que la tortilla
se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos coman mierda” dice la
copla que enfurecía a patrones y reyes.
O tal vez te fascinaste con una nueva expresión de
espiritualidad, a la que si desmenuzas, descubrirás que está llena de modelos
rituales ancestrales, pero ¿Cómo comprender esas formas rituales si no conoces
el contexto socio político y económico de ese momento?
Moreno, Jacob Moreno, decía que el “Yo” es una formación
sociocultural, es decir el sujeto no es sin su historia.
Cuando, en nuestro país, una persona que fue apropiada
(alguien que fue robado a sus padres por los genocidas y entregado a personas
elegidas por ellos, con la consecuente falsificación de su identidad) recupera
su nombre y toma contacto con su prehistoria, suele ser que descubre la razón
de ciertos gustos personales y la masa germinal de sus inspiraciones, pensares
y haceres. La historia es la validación de quienes somos.
Pero ese contacto no es simplemente con lo que hace a
nuestros lazos sanguíneos, hay información transgeneracional, generacional y
actual que conforma nuestros atravesamientos. Frente a esto no podemos evitar
volcar la mirada al quehacer grupal.
El grupo (cualquiera sea) está atravesado por las vivencias
particulares de quienes lo componen, eso forma un tejido de sentido que
impregnará el hacer, tanto el hacer constructivo como el nocivo. Digo, las
adicciones comienzan con un contexto social, familiar y vincular determinado y,
por ejemplo, no es lo mismo analizar el alcoholismo en 1960 que durante la
crisis de 2001. Porque las circunstancias son diferentes.
No podemos analizar la violencia en Missouri sin conocer la
historia del racismo estadounidense, ni podemos hablar de trabajar con grupos
pertenecientes a nuestras naciones ancestrales si ni siquiera sabemos cómo era
el continente antes de la invasión española y como fue después de ella, en la
conformación de nuestra patria grande con sus repúblicas.
Como hacemos para sanar el tejido social si no sabemos cómo
es la rotura, ni cuando se inició. Tal vez ni siquiera se tome en cuenta la
cantidad de divisiones que aún mantenemos en nuestra sociedad. Cuando el otro
es tan otro que no me puedo ver en él y ni siquiera soy consciente de que
compartimos el mismo presente y la misma génesis histórica ¿Cómo lo ayudo?
¿Cómo ayuda un aculturado a otro?
Lo que somos está determinado por nuestra microhistoria que
está atravesada y enmarcada por una macrohistoria que es de todos.
Aprender a relacionar es la vía más efectiva para poder
comprender el vaivén de la dinámica grupal, ya que nadie surge en blanco.
Hace mucho había una revista, que no era de mi agrado, salvo
por el título, se llamaba “Todo es Historia”, y si, aunque se empeñen en
evitarlo, es así. Porque tu historia, más la mía, más la del resto hace la
historia de un país, que sumada a la de los demás hace la de un continente que
unido a los otros hace el mundo.
Comprender el macro para ver lo micro, es un camino útil
para no ser devorado por el globalismo mentiroso de la historia inventada.
Saber quiénes somos nos hace fuertes y si además sabemos de
qué venimos, mejor.
Vernos en el espejo del otro y salir andando para poder
sanar las distancias es una inmensa clave, porque cuando un pueblo ignora su
historia camina hacia la enfermedad de la eterna dependencia y de ella al fin
hay un paso mínimo.or guadalupe pdestá Cordero
