A veces uno pude darse el permiso de esquivar remanidas palabras, darse el permiso de desacralizarte y pensarte en términos de militancia.
Paradxs en esta realidad hostil, cruel como el más triste
tango de Discepolo, miramos tus fotos, tu recuerdo como quien mira la esperanza
de conseguir más sonrisas para el pueblo y menos farra para los poderosxs de
siempre.
Los que dibujaron las infamias que enlutaron este suelo nos
gobiernan por el voto, ya no elijen las botas, aunque las sigan empleando para apalear
pobres y si es posible matar por la espalda. Con este marco, todo lo bueno
parece tan lejano…
Amadísima compañera, no sabés lo duro de este tiempo, pero a
pesar de ello, seguimos presentando pelea, como podemos, porque en esto no hay
recetas.
Una vez dijiste que sobre las cenizas de los traidores construiríamos
la patria de los humildes, pues te cuento que vamos a tener mucha ceniza, pero
también debés saber que nadie se ha rendido.
No me interesa verte santa, prefiero verte terrenal,
hablando altisonante y amorosa a la vez, apasionada y por ello compasiva y
compañera. Los tules y los lujos para las recepciones, porque en la diaria
había que romperse el lomo, en la fundación o recorriendo barrios, sindicatos,
viendo dónde hace falta poner presente al estado.
Ay compañera, sé que velás por nosotros, pero también sé que
te comerás cada amargura, viendo como las bestias neocoloniales destrozan todo,
viendo como con sus formas y sus trajes, destruyen, como la marabunta al
maizal, la vida de este pueblo.
Hoy, que se cumple un año más de tu ascenso a las míticas alturas
reservadas a revolucionarxs y luchadorxs, no quiero recordarte con pena, ni
como un ícono, ni como una santa, quiero recordarte como esa mujer fuerte que
fuiste, esa mujer que encendida por el fuego de un ideal llevó a lo más alto el
nombre de su pueblo, esa mujer, fuente inagotable de la lucha, que nunca se
apagará y que como vos bien dijiste, el pueblo llama cariñosamente Evita.


