Existen siempre diferencias entre generaciones y uno siempre
espera que sean superadoras. Ocurre que en nuestro maravilloso y fértil país
esto muchas veces ocurrió por la negativa.
Luego de la última
dictadura (76-83) la chatura intelectual fue superándose, el desinterés fue
aumentando junto con la apatía, el individualismo, el egoísmo, todo esto de la
mano del pensamiento imperial que se ha filtrado en las venas de la sociedad
hasta envilecer la visión y el pensamiento de muchos.
Años después me encuentro con un movimiento de estudiantes
secundarios que es superador por el lado positivo. Encontramos chicos de 16 que
no le temen ni al debate ni a la lucha, muchachos y muchachas para los que la
militancia no es mala palabra y la política no es Cuco.
Encontramos una generación para la cual la lucha es un
camino posible, y en el que la participación plena es clave. Claro está, no es
el 100% y eso también está bien.
Encontrarme con este florecimiento de la militancia juvenil,
no desde el mero capricho o desde la pura inconformidad sino planteada con
argumentos sólidos y en muchos casos desde una solidaridad concreta (uno de los
puntos clave de las tomas es la negativa
de los alumnos frente al cierre de los nocturnos para que pasen a ser
vespertinos, lo que implica que los trabajadores no puedan asistir a clases) me
llena de alegría, pero también me permite ver el vacío en la argumentación
intelectual y política de los hijos de la elite.
Cacerolazos y operetas a un lado, analicemos… si vas a una
universidad que te cuesta casi medio millón de dólares por año a estudiar y tu
decano debe explicarte como se hace una pregunta, o estás pagando por algo que
no lo vale o tu formación anterior deja mucho que desear (sabemos que ninguno
de ellos pisó nunca una escuela pública).
Si frente a un presidente, un alumno de la Escuela de Gobierno
más cara del mundo, tiembla y tartamudea al preguntar y pregunta una sandez,
entonces es un problema.
Si para realizar una pregunta, necesito que me la escriban
en un papel y encima, en el Aula Magna de lo que se considera la Universidad
más prestigiosa del mundo, me trabo al leerlo, entonces los años anteriores de
estudio no me sirvieron de nada.
No es que no esté permitido a una persona estar nerviosa, es
que el código gestual y corporal denotaba la inseguridad frente a una pregunta
pobremente formulada, el rictus demostraba que lo que se buscaba era que la
interlocutora trastabille, pero muchachos, siento anunciarles que no tienen
práctica en la chicana brillante, el sarcasmo no les sale bien, será por la
comodidad de haber recibido los conceptos ya digeridos, será por no haberse
puesto en duda a ustedes mismos, será que nunca se han probado en el terreno de
la pura discusión ideológica… ¡ah cierto, ustedes pertenecen a ese arco que se
asusta cuando lee la palabra ideología y encima la confunden con partidismo,
igual que al término política!
Quizá lo que digo se lea sobrador, pero convengamos que da
para eso y más.
Hace muchos años, Malcom X, al que estos chicos no leerían
principalmente porque era negro, hablaba del negro de la Hacienda y del de la
plantación. El negro esclavo de la plantación cada tanto hacía intentos por
revelarse o escapar con los suyos, no traicionaba a sus hermanos y hasta era
capaz de dar la vida por los por ellos, en cambio el de la ascienda estaba
agradecido de recibir las ropas que el amo tiraba, comía los restos de su
comida, delataba a los suyos, carecía de conciencia de clase y de sentido
comunitario de la pertenencia. El negro de la ascienda, como lo llama Malcom X,
es el que dice “como amanecimos hoy, amo”, ese es el que ordena los azotes de
sus hermanos, porque se considera una extensión del amo, se considera parte del
poder económico sangriento que lo esclavizó.
Entre la figura que presenta Malcom y la oligarquía
americana (cuando digo americana hablo desde el extremo norte hasta el extremo
sur) hay más similitudes que diferencias.
A nuestra Abya Yala la invadieron los segundones (los
segundos hijos no heredaban las posesiones de sus padres) y los delincuentes
que no tenían donde alojarse, eso fue lo que llenó las carabelas. Ellos se
ocuparon de iniciar el saqueo y la matanza en el continente, dejaron tras de sí
muerte y destrucción, se apropiaron de inmensas tierras con sus habitantes
dentro.
Habían olvidado que los pueblos de los que provenían
sufrieron lo mismo a manos de los romanos, ya tenían las palabras del dominador
minando sus conciencias y manando por sus bocas y replicaron ese modelo de
dominio aquí.
Luego llegaron los que no tenían dinero desde sus sitios de
origen, muchos de ellos incluso iletrados. Una parte de esa inmigración se
dedicó a trabajar con esfuerzo, con ahínco, con dedicación y honestamente, pero
la otra no.
Esos otros que hoy forman la oligarquía terrateniente, se
apoyaron en un sistema esclavista que luchan por mantener hoy en día,
expoliaron tierras y pueblos, obtuvieron sus propiedades como recompensa luego
de sangrientas campañas para extender lo que se llamó “frontera con el indio”.
Sus descendientes tienen memoria selectiva, recuerdan que
sus antepasados llegaron de Europa, pero evitan recordar cómo llegaron de allí.
Les da vergüenza, incluso muchos han agregado otro apellido para que ese
humilde apellido español o italiano no pareciera tan pobre. Es más, para hacer
más loca la cosa, comparten origen con la mayoría de esos a los que llaman
negros, cabecitas, grasas, gronchos y aluvión zoológico.
La memoria de las elites es siempre cortita, tan cortita
como la pata de los cerdos que criaba Pizarro antes de convertirse en
conquistador y asesino.
Hoy, la conciencia del estudiantado argentino (al menos de
los que concurren a escuelas del estado) está despierta y accionando, otra vez
me encuentro en la vida con un florecimiento que creí que no me iba a tocar
ver. Nos corresponde garantizar que ese florecimiento no sea cegado por los
personeros de las elites.
La ampliación de derecho que implica el voto optativo a los
16 es una herramienta que se han ganado, que tiene el derecho a tener y la
responsabilidad de saber ejercer, responsabilidad que sé, no les falta.
Frente al vació argumental de los futuros ciervos
imperiales, contrapongamos la inteligencia de nuestros pibes, de esos que se
sienten con la fuerza suficiente para impedir las injusticias. Respaldémoslos
para que los pichones elitistas no les roben el futuro.
Guadalupe Podestá
Cordero
