jueves, 10 de abril de 2014

Militante… y qué

Por Guadalupe Podestá Cordero

Por alguna razón siempre tienden a pensar que los que adherimos al pensamiento nacional y popular lo hacemos por el puestito o la plata. Nunca se les ocurre que uno se puede enamorar de un proyecto, de una idea, crecer con una ideología que sigue identificándonos a través de los años.
Parece ser que cuando la pertenencia a un movimiento nacional y popular se hace efectiva a través de las expresiones sociales usuales, es decir, cuando asumo lo que pienso y lo digo, entonces automáticamente aparece el malpensado que pregunta “¿Cuánto te pagarán para decir eso?” “¿de qué vas a trabajar cuando no estén en el poder?” o cuestiones similares.
La verdad genera cierto cansancio y repulsa.
Desde hace algunos años ya, creo que demasiados, adherir a ciertas ideas se ha vuelto estigmatizante, al punto de tener que aclarar que nadie nos paga o nos renta, que no tenemos un puesto en ningún lugar del estado y que vivimos del trabajo, como cualquier persona.
Entonces, cuando respondo, obviamente que desde el enojo, porque la pregunta en cuestión se hará con el tono más sarcástico posible, con enojo por hartazgo de las chaturas mentales de los que preguntan, repitiendo como loros los argumentos de las corporaciones, aluden a la agresividad de quien responde, como si ellos no hubiesen ejercido violencia alguna.
De dónde viene esta idea tan pesada y condenatoria? De la antipolítica y de la terrible imagen que quedó del ejercicio de la militancia en los 90, porque hasta los ochenta el militante rentado era una figura inaceptable. Esto no significa que no hubiese algún tramposo, pero eran los menos, los muchos menos.
Cuando yo crecía en mi amado conurbano bonaerense no existía en concepto “trabajar en política”, existía hacer política, es decir actuar en la realidad generando ideas, proyectos y acciones que fueran para el bien común, organizando barrios, comedores, unidades básicas, comités o lo que fuera donde se discutiera de verdad la política, y el militante se formara en el bien común (todos los partidos aspiraban de alguna forma a eso), la idea de la militancia rentada había sido desalojada. Ya nadie brindaba por “el dotor”, nadie iba a los centros partidarios ni por comida ni por plata, se iba por convicción, por ganas (por cierto les recomiendo el monólogo de Discépolo sobre “la empanada” es el 6º monólogo)
Entonces, en la adolescencia me empiezo a encontrar con la idea de la militancia rentada, y la verdad fue como una piña en el estómago para mí, que había crecido con la idea de la militancia pura, leal, integra. La verdad, me resultó inaceptable. Para mí el militante era revolucionario, se jugaba por sus ideas, actuaba en bien del pueblo, no aspiraba puestos, porque aspiraba a que el poder lo tuviese el pueblo. Entendí que quedaban montones que no iban a sueldo, que se movían por el anhelo de un país más justo y para todos.
Costó y costará años borrar la imagen del militante pago, que no es un militante sino un empleado de alguien más. El problema es que la antipolítica usó esta imagen para generalizarla, para inculcar la idea de que cualquier acción partidaria viene plagada de clientelismo y eso nos aleja del debido accionar, porque no aleja de la militancia, entonces dejamos de ser peligrosos para el establishment.
El problema es que el medio pelo se compró ese cuentito junto con toda la colección que, las corporaciones y luego la prensa hegemónica, le vendieron. Y caminan mirando con asco y señalando, como si esa misma actitud no entrañara una cuestión ideológica y política (vale aclarar para los más nuevitos que ideología y política no son lo mismo pero se articulan, y de paso que política y partidismo tampoco son lo mismo y también se articulan cuando uno quiere)
Ellos, los que señalan, también buscan el poder, un poder omnímodo que no les pida pensar propuestas ni ser activos artífices de la historia. Ellos, que no se sienten pueblo buscan una representación que les de los conceptos masticados, pero que por sobre todo les garantice los privilegios y les saque a los pobres de adelante, porque tienden a suponer que sus líderes nada tiene que ver con la generación de la pobreza y la marginalidad.
Lo cierto es que, le pese a quien le pese, la historia se hizo con la militancia de un lado y del otro, cuando las comunidades se organizan surgen experiencias maravillosas, donde hay lugar para todas y todos, donde la vida toma otro caris.
La oligarquía sigue teniendo sus militantes, muy distintos a los nuestros, porque ellos de verdad trabajan para que el pueblo ame al dominador, al colonizador, al saqueador, porque te lo muestran prolijito, o bruto pero sumiso, porque dejaron de sentirse pueblo y son el lacayo preferido del oligarca de turno.
Alguna vez me han dicho militante de malera despectiva, cuando esa gente se enoja conmigo me pone feliz, porque sé que si la S.R.A (o alguno de sus satélites) no me aplaude es porque voy bien.
Les recuerdo a los que nunca lo han intentado, que militar te saca las telarañas del cerebro, hablar de política activa las neuronas y te insuflan ganas de hacer cosas para el avance colectivo, para la alegría popular y eso asusta a los vetustos sirvientes oligárquicos. Aunque sea por incomodarlos hacelo, la vida no nos llega, la construimos día a día, a la democracia y al estado también.

Empecemos hoy y al que no le guste que la mire de afuera.

viernes, 4 de abril de 2014

El odio como bandera, la seguridad como excusa.

Por Guadalupe Podestá Cordero

“Se muere mirando el noticiero donde cuentan cómo le dan caza”
Blues del Noticiero- Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota

Uno no debería escribir enojado, es complejo, la emoción supera muchas veces lo que la racionalidad comprende, y toma control de los dedos humanos que caen como impiadosas gotas sobre el teclado.

Impiadosas gotas, impiadosas como las manos de los que golpean sin detenerse el cuerpo de un alguien al que ni siquiera conocen, impiadosas como los pies que patean con furia a ese otro ser cuyo mayor crimen no es el hurto, sino su propia otredad.

Cuando las sociedades se tornan brutales, siempre lo hacen hacia otro, porque la justificación de todos sus males subyace, a sus ojos, en una otredad que de tan otra es peligrosa.

Cada vez que desde un medio masivo se describen características de imagen en el mundo delictivo se estigmatiza a una porción de la sociedad que pese a vestirse similar no llevan a cabo los mismos actos.

En el claroscuro del contraste social, las miradas de una clase a la otra nunca son de afecto. La clase media siempre funcionó como barrera entre los más pobres y los ricos, siempre hizo de brazo armado, porque el oligarca no hace trabajos sucios y mientras con guantes blancos saquea los bolsillos de los ahorristas y empleados, estos, enardecidos, buscan matar al que se roba una billetera con magro relleno.

Para los adalides de las turbas asesinas los grandes evasores no son ladrones, los bien vestidos no son carteristas y los blancos son buenitos “porque Dios los hizo para ser angelitos del cielo pero a los negros los hizo para tizón del infierno”, con esa idea es que la portación de cara hace que mueran o vallan al hospital personas, delincuentes o no, pero personas.

Algunos voceros oligárquicos hablan de la Ley del Talión como si estos hechos se enmarcaran en ese contexto, pero esa antigua ley establecía que la respuesta no podía exceder al hecho que la provocó (ojo por ojo, diente por diente), es decir que no se puede responder a un cachetazo con un tiro, pero como nunca se han detenido a analizar lo que dicen, entonces dicen porque lo que importa es el resultado, ese fino arte de convertir a las personas en Michael Douglas en “Un Día de Furia”

¿Y qué hay detrás de todo esto? ¿Es espontáneo? Cuando los medios hegemónicos hablan de espontaneidad, yo pienso en el panorama global y en “a quién le sirven estos sucesos”.

Las derechas de nuestra Patria Grande vienen desesperadas porque le hemos roto el juego al patroncito del norte, están temerosas de que sus amos globales les corten el chorro de los negocios y se ofendan con ellos por no haber podido evitar que dejemos de ser “el patio trasero” donde tiran sus porquerías y hacen desastres. Sería muy tonto de nuestra parte no ver el fino hilado que desarrollan con su salvaje manera hiperliminal de predisponer sociedades, necesitan romper un eje Venezuela-Argentina que con todos los puntos intermedios de conexión significó el avance de la región. Si caemos nosotros de nuevo en las redes del capitalismo neoliberal y retornamos a la servidumbre crediticia, generando de vuelta los grandes focos de exclusión, caerá toda la región. No es que seamos el paraíso revolucionario, en eso dejé de creer hace mucho, sino que manejamos junto a Brasil, las principales economías de Sur.

Escuchar como desde los grandes medios se busca justificar el accionar de la turba asesina, mostrándolos como víctimas, amparándose en el sentido común (ese sentido que suele invalidar todo viaje intelectual y despreciar toda capacidad analítica) del ciudadano que tiene miedo, como sostiene un resto paleontológico que almuerza en televisión, enoja tanto como ver candidatos que, amprándose en su título de abogados, pero mostrando grandes debilidades en su discurso legal -aún para mí que no he transitado esos caminos más que desde la curiosidad, pero que me ocupo de preguntar a cuanto abogado tengo a mano- critican anteproyectos que confiesan no haber leído más que a través de sus asesores y enarbolan mentiras sobre un sistema legal que no será perfecto, pero que, aún en su estado de evolución existe como garantía de legitimidad del ejercicio de la ley (no es necesario que aclare en este punto que estoy a favor de las reformas del código penal y el civil, así como de la democratización de la justicia como institución).

Esos que hoy hablan de estos hechos como “el hartazgo del ciudadano” o arguyen que esto ocurre por  “ausencia del estado” olvidan ciertas cositas.

Primero, el estado está más presente hoy que hace diez años, porque estado presente ni implica estado represivo, sino inclusivo y además el estado es la representación legal del pueblo, por tanto estado somos todos y no podemos considerar que todos estemos ausentes (a menos que seamos el jefe de gobierno porteño).

Segundo, el estado actual de las cosas en una resultante de la historia argentina, no de los últimos treinta años, sino de la completa historia desde las guerras independentistas hasta acá, porque los patrones de exclusión se han mantenido, con tiempos mejores para el pueblo o con tiempos peores hasta horrorosos.

Nadie que haya leído algo que mis manos escribieran puede ignorar mi orientación político-ideológica, en varias notas pasadas he dicho que lo que más enervó a la oligarquía fue el carácter inclusivo de los gobiernos de Perón (primero y segundo) y que ello llevó a la dictadura del 55, porque el poder económico consideraba que el pueblo argentino sólo servía para mano de obra, desde allí cada dictadura ha obrado en el mismo sentido y bajo los mismos principios. Por lo tanto, consolidado el modelo liberal y luego neoliberal (el de Friedman es el neoliberal) después de machacar cabezas y almas a gusto, pensaron que ya no podía pasar nada más en estas tierra, pero pasó.

La historia tiene una tendencia cíclica que depende de los pueblos romper, pero en esa ciclicidad era un resultado esperable que surgiera este proceso de cambio que hoy posiciona a la Patria grande en un contexto muy diferente al de hace diez años atrás, incluso era esperable lo de nuestro país. Lo novedoso, realmente novedoso es que la Argentina empezó a dejar de sentirse europea para reconocerse 

Latinoamericana (en lo personal prefiero Abyayalense) y esto fue lo que colmó la paciencia de los lacayos del poder global, ellos no quieren reconocerse latinoamericanos porque les da pánico enmorocharse, porque ellos no pueden pertenecer al pueblo, porque son “la gente”, no son pueblos, son meros ciudadanos que, cuanto más cosmopolita mejor, aunque esa "cosmopolitéz" solo se aplique a los países desarrollados, aun cuando estos comienzan su debacle.

Francamente no creo que estos arranques sean espontáneos, no lo creo cuando repiten (los atacantes) frases de ciertos candidatos y ciertos formadores de opinión. No lo creo porque si uno se asoma ve como es un armado coordinado de fuera y dentro del país, no lo creo porque Unoamérica se creó para contrarrestar a UNASUR, no lo creo porque ciertas personas visitan al país patrocinador de dictaduras un 24 de marzo, no lo creo porque nos pintan un caos desde los socios de JPMorgan.

El accionar de las turbas asesinas no es justicia por mano propia es homicidio o tentativa del mismo.

No podemos ser ciegos para negar cuanto tiene que ver con esto la contaminación mediática y la disociación psicótica que se crea en el individuo y se refleja en los colectivos sociales, a través de los que ya sabemos se ocupan de sembrar el miedo en las personas.

No soy una niña, no creo en los reyes magos, por tanto no voy a negar que el delito existe, pero créanme, en el país de la tolerancia cero de Giuliani, la tasa delictiva es más alta y con tendencia creciente.

Mientras sigamos mirando a la justicia como un factor represivo, mientras las cárceles sigan siendo lugares de punición y no correccionales, mientras no mejoremos nuestros programas educativos y hasta que no logremos que cada uno tenga empleo estable, comida y salud aseguradas, el crimen seguirá existiendo como en cada lugar del mundo.

Mientras los evasores sigan siendo considerados “vivos” y algunos los justifiquen en los medios, mientras le compremos productos a quienes utilizan mano de obra esclava, mientras sigamos viendo como un capo al que cosifica mujeres, el delito seguirá existiendo.

Y no esperemos que los que integran esas jaurías que produjeron los ataques se arrepientan, porque ellos ven al demonio en ese otro de gorra y campera. Para ellos los negros, los pobres, los de gorra, no son personas, son el demonio.

Será hora de empezar a desandar los estigmas que se fueron armando desde la prensa hegemónica, será hora de empezar a comprender que por encima de la furia personal está la ley y que es la justicia un armado social que nos resguarda de los actos impunes y asesinos.

Si no entendemos como apareció ese otro que puede robar, porqué roba, quien lo hizo ser así, si no podemos comprender que ese estrato también es producto de nuestra historia nacional, regional y global, y que además existe porque a alguien le es más que útil que esté entre nosotros nunca podremos salir de estos atolladeros.

Cuando Chomsky habla de “problema-reacción-solución” como una herramienta más del disciplinamiento social que utiliza el poder económico también se refiere a hechos como estos.


Amigos, no permitamos que se justifique lo injustificable, porque eso lleva a la naturalización del hecho y de allí a pensar en la limpieza racial o en la supresión de derechos hay pocos pasos.