lunes, 23 de junio de 2014

Los 28 años

Por Guadalupe Podestá Cordero

(el video que sigue a esta nota tiene de fondo "Para verte gambetear" de La Guardia Hereje, lo más lindo que se podía elegir para esta nota)

Ayer se cumplieron 28 años, 28 años del momento en que entendí lo que era la pasión popular, 28 años de comenzar a amar el futbol.
Una tarde de junio de 1986 Argentina jugaba contra Inglaterra, cuatro años después de la guerra, la lectura solamente deportiva era imposible. Pero, a los 9 estaba empezando a mirar el futbol más detenidamente.
No era un hecho aislado saber que jugábamos contra “los piratas”.
Pero, repito, a los nueve, si bien veía futbol desde muy chica, si bien ya era bostera, aún esa pasión que quema gargantas no había sido develada ante mis ojos.
Después de “la mano de Dios”, salgo al patio porque iba a buscar no recuerdo que… silencio en el barrio, todos escuchando o mirando el partido… de pronto un grito desgarrado, eufórico, el mundo se volvió grito, toda la manzana gritaba y sobre las voces, la de mi abuelo Rodolfo que fue tan fuerte que me hizo caer sentada en el patio…
Recuerdo el sol de la tarde, que calentaba apenas el aire de junio, y recuerdo sentir el calor de la euforia del grito comunal en el alma, para no gritar ese gol hay que estar congelado por dentro.
Volví corriendo justo para ver la repetición y enamorarme para siempre de esa gambeta y esa zurda, volví para ver la repetición y la guapeza del pueblo contra el imperio (me importa poco si a alguien le disgusta el traspaso del hecho deportivo a la lectura política, porque el ser no puede escindirse de su contexto sociopolítico) Me enamoré de la posibilidad de que el tercer mundo baile al primero hasta marearlo y vencerlo.
Cuando alguien me pregunta cómo me puede gustar volver a ver a Maradona jugando en viejas grabaciones, o por qué lo rescato si tuvo tal o cual posición o mirada, se olvidan que con él gritamos de felicidad, se olvidan del llanto de miles después del 94, esos que preguntan no comprenden el amor del pueblo para el que simboliza el renacer y la lucha, el simbolismo arcaico del que gambetea contrarios como si fuesen los problemas, el que se pregunta por qué lo defendemos no comprende que muchas veces las alegrías llegan de formas inesperadas, pero por sobre todo no comprende en qué contexto se dio ese gol.
Recuerdan? Habíamos recuperado la democracia, se acababan los años de plomo, empezábamos a construir una Argentina distinta, con ausencias, dolores, identidades robadas, salir de la oscuridad y el horror llevó mucha sangre y tiempo. El pueblo comenzaba a comprender lo que nos habían ocultado (y aún no lo habían hecho del todo)…
Nadie me puede quitar esa euforia del corazón, y por esa euforia que me regaló (como a todos) y por esas gambetas en la cancha y en la vida, por eso de nunca mentir el origen y hacerse fuerte desde ahí, por todo eso nadie me hará pensar que “el Diego” es mufa.
Mi familia, mis dos abuelos (Américo y Rodolfo) mi papá, mi mamá, me enseñaron a sentir el futbol y me dieron el gusto por jugarlo (si, lo jugué…) pero Maradona me hizo amarlo, porque esa selección exorcizó ante mis ojos la oscuridad dejada por el mundial 78 (teñido por el olor de la muerte).
Nadie podrá decirme que alguien que hace eso es mufa, porque mufas enserio son los mercaderes que se robaron y roban el juego, los que viven de explotar los suelos de los que van a probarse y luego los venden como carne. Mufas son los que le sacaron la pasión al juego, los que borran el amor por la camiseta, los que se sirven de los violentos y por eso los bancan (es decir los que nos robaron los estadios).
Amar el futbol no es sumirse en “el opio de los pueblos”, es abrazarte a gente que no conoces para festejar un destino común, es hermanar gargantas para cantar juntos por una vez con ese que tal vez no volvamos a cruzar, es compartir la pasión y la euforia del que siente que ha hecho el gol junto con el que define, con ese goleador o no, con el que ha sufrido el recorrido.
En la interminable gambeta del gol a los ingleses temblamos todos, sufrimos todos (aún yo en la repetición) vimos ese tango bailado en territorio hostil para pintarse para siempre en la memoria con el dulzor de la victoria.
Veintiocho años de escuchar el relato pintado que nos pone aún la piel de gallina y saberse parte de ese pueblo que gritó y festejó.
Esto también es identidad.
Sigo viendo futbol, sigo gozándolo, pero extraño las gambetas, el juego virtuoso, el potrero puesto en el juego grande. Pero sigo viéndolo, y leyéndolo atravesado de realidad contextual, no me gusta hacerlo de otra forma, porque los que están adentro de la cancha son seres atravesados por la misma realidad, porque viven en el mismo planeta y muchos rescatan su origen y hacen brillar su pertenencia.

El gol de Argentina (de Messi pero de Argentina) no fue porque Diego se fuera, ese gol nació de la construcción colectiva, eso que aún seguimos buscando, una construcción colectiva que el adversario no pueda partir, como en el país, como en la Patria Grande, así, entre todos, con el corazón, la cabeza y las gambetas hasta la victoria.

miércoles, 4 de junio de 2014

Lo partidario. Agitando los temores oligárquicos.

Por Guadalupe Podestá Cordero

“Banderas en tu corazón.
yo quiero verlas
ondeando luzca el sol o no.
banderas rojas, banderas negras,
de lienzo blanco en tu corazón.”
Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota

Siempre que se habla de política se asocia necesariamente con lo partidista, la política partidista no es más que una parte de la gran entelequia macro llamada política. Es decir que cuando alguien juzga al hacer político por el hacer partidario, está juzgando al todo por la parte, es decir se está perdiendo el resto del elefante, porque sólo ve un ojo.
El hacer político, es el hacer cotidiano de cada uno de nosotros, todos nuestros vínculos, aún los sanguíneos son vínculos políticos y esa vincularidad es la que permite que lo relacional y lo dialógico funcione para bien o para mal, según sea la intención de los interlocutores.
La estructuralidad del pensamiento está enmarcada en el trasfondo ideológico con el que crecimos, y el hacer político cotidiano no es más que el reflejo en el mundo concreto de esa estructuralidad ideológica, para que quede más claro, es una cuestión ideológica que la sopa se haga con fideos, avena o sémola (también es ideológico que haya omitido el arroz)
Ahora bien, el partidismo implica la pertenencia a un sector en el que el horizonte ideológico es de alguna forma afín, es la visión de lo colectivo con respecto al reflejo de los ideales personales y grupales en el mundo.
También la pertenencia partidaria tiene que ver con una identificación matricial con los primeros tiempos, ya que en la madre, el padre o los abuelos, está identificación o la negación de ella existe y la mamamos junto con los alimentos y las primeras experiencias del mundo.
Que luego rompamos o no con ella tendrá que ver con la movilidad estructural interna de cada uno de nosotros.
La pertenencia o no es una elección, pero una elección que no siempre es consciente, uno no se siente de golpe radical, liberal o marxista. Uno no amanece peronista, comunista o socialista. Hay cosas profundas que nos acercan a determinadas visiones del hacer colectivo en el mundo.
Aceptar la pertenencia propia y que deje de ser tabú conlleva darse cuenta de que esa pertenencia no culmina en la eliminación de la propia vida, pero también que no nos importa el señalamiento acusador por parte de otro.
Cuando el otro nos dice ¿Vos sos peronista? O “…claro uds los troskos piensan así” o “Y, radical, qué querés” no lo dice desde una no pertenencia, sino desde esa pertenencia tácita que oculta para jugar a una imparcialidad que no existe, una mentida imparcialidad que deja a ese en el rol de observador inmaculado que juzga sin comprometer el cuerpo.
Para muchos, reconocer la camiseta desmerece la labor intelectual, como si el asumir la identidad y humanizarse nublara la capacidad analítica, como si ese extremo de lejanía que tanto se empeñó en sustentar el racionalismo nos dejara a salvo el engaño.
Pero si no juzgamos la pertenencia a un cuadro de futbol, ¿por qué si la juzgamos en un partido político?
Las pertenencias partidarias implican conciencia de clase, incluso conciencia étnica, nuestro país no paso por el bipartidismo propiamente dicho, el partidismo argentino es variopinto y esto nos da la posibilidad de libre identificación personal. Pero innegablemente hay pertenencias que se juzgan más que otras y eso involucra el hecho de como vemos al otro.
Incluso esto se refleja dentro de los mismos partidos y movimientos, hay radicales de Alem y de Irigoyen, personalistas y antipersonalistas, alfonsinistas y otros, radicales de F.O.R.J.A y de otras corrientes. Hay peronistas de derecha, de izquierda, de pelo fino, peronchos y perucas, filo peronistas y anarco peronistas, de la tendencia y de la lealtad (y un gran arco de identificaciones dentro del movimiento). Hay comunistas de cuatro congresos distintos más el extraordinario, estalinistas, maoístas, revolucionarios. Socialistas de distintas extracciones. Como verán las líneas internas en partidos y movimientos son innumerables, cientos quedaron fuera, sino no termino de contar.
Las izquierdas son estigmatizadas salvo que se identifiquen con el centro, las derechas también salvo que digan que son de centro, pero el centro es la nada, porque en esto se es o no, se está o no, nadie pone medio cuerpo en un comité y el otro medio en una unidad básica a quince cuadras.
Identificarse es un hábito común en los humanos, por la simple razón de que da una sensación de organicidad y organización del mundo interno en relación al contexto externo social. Es decir, nos deja el cuerpo acomodado para hacer frente a lo que viene, y nos da sensación de contención y claridad.
En ese proceso se mezclan amores y desamores, visiones y contravisiones, esperanzas y desengaños. Entonces la ideología profunda, la que anida en las entrañas aflora, sea la elección que sea, aflora frente a un lenguaje común, que favorece esa identificación “hablemos a lo peroncho”, “nosotros los irigoyenistas”, “eso no es pro”.
A los defensores de lo apartidario, les espanta la identificación con un colectivo humano determinado, porque en soledad, el individuo es más vulnerable a la programación de los modelos de explotación (desde épocas inmemoriales), a los defensores de la antipolítica (sin partidismos, solo antipolítica) les espanta el hacer político de la cosa cotidiana, porque implica que el consumidor deja de ser pasivo y comienza a elegir, la elección de uno solo es peligrosa, calculen la de un grupo que se identifica en el horizonte del hacer, así fuese apartidario, pero el hacer social, asusta, por eso en la dictadura 76-83 también se buscó la eliminación del fomentismo, las sociedades de fomento, no eran partidarias, eran organizadores del barrio y de la vida en común, entonces fueron riesgosas porque una comunidad organizada es difícil de penetrar y separar.

Entones, ahora que hemos hecho este caminito, antes de espantarte porque otros se identifican con remeras, pecheras, discursos o lo que sea, pregúntate a quien le sirve que no entiendas, a quienes les sirve que no participes, a quien le sirve tu no identificación interna con un colectivo o varios. De esa forma y sólo así la elección que hagas como persona será un auténtico acto de libertad política. El resto es cascara.