martes, 3 de marzo de 2015

De peronistas y peronés

Por Guadalupe Podestá Cordero

Lo que van a leer a continuación fue escrito ayer a la mañana y se publica hoy por razones de tiempo. Abrazos.

De peronistas y peronés
Cuando yo era chica y aprendí a cantar la marcha, veía en los ojos de mis viejos y de mis abuelos un orgullo increíble. Claro, la nena se iba haciendo peruca desde chica.
A los 10 años tenía leída y comprendida la doctrina, de más está aclarar que para esto perseguí a Dios y María Santísima para que me explicaran lo que el diccionario no podía, es que peronismo no se puede explicar por etimología.
A medida que crecía y leía más sobre historia y política (verán que no fui de las nenas que morían por las princesas) fui teniendo mis contradicciones y desacuerdos con Perón, como suele pasarnos a muchos. Perón era militar, yo crecí con cabeza civil y anarcoide, desde ahí no nos comprenderíamos, mi mundo era post dictadura, tampoco nos entenderíamos. Pero obviamente, la pelea nunca fue tanta como para decir “no soy más peronista”.
A los 18 me afilié, aunque para el 94 estaba peleada a morir con el partido, no con el movimiento. Creo que tengo que aclarar algo, la herramienta electoral del movimiento es el PJ (partido justicialista) que por ese entonces pintaba más liberal y facho de lo que yo había imaginado siempre. Claro, pasada la infancia, sabiendo que los reyes son los padres, uno no está dispuesto a comerse ni una más.
Aun así, seguía sintiéndome peronista, más bien tirando a Cooke que a Perón en sí mismo. Como no me alcanzaba, es más, me incomodaba ese supuesto peronismo que me mostraba lo más lábil y vendido que podía ser, ver a la plana mayor de la UCD cantando la marcha y haciendo la V fue como si me pegaran en el estómago, leí otras fuentes, pasé por Marx, Bakunin, El Che (siempre el Che que hasta hoy me acompaña) y muchos más. Pero siempre conservé esa esencia peronista, es más, más que peronista peruca, peroncha, esa bien pata al piso con la que crecí.
Alguno me dirá “vos no tenés el peronómetro” yo le diré que sí. Mi peronómetro me lo dieron cuando me enseñaron la historia del movimiento, me lo dio mi origen obrero, me lo legó Evita (como a tantas y tantos otros) cuando escribió “Mi Mensaje” con la poca fuerza que le quedaba a ese cuerpo todo pasión e ideas.
Mi peronómetro nació al calor de la resistencia de la que participaron mis abuelos, y de las luchas por la vuelta con las que crecieron mis padres, el peronómetro me lo dio la militancia no rentada con la que crecí y la convicción de dejar horas de la vida personal para cambiar un país y un mundo para bien de todos.
Mi forma de valorar se hizo al calor de las historias de luchas sociales con las que me criaron y en mi férrea oposición al liberalismo disfrazado de peronista. Aprendí a ver los ojos del traidor desde pequeña, cuando los figurones del partido visitaban mi casa y a saber que no siempre quien te dice compañero es alguien que te quiere.
Comprendan que pertenezco a una generación que se crio entre reuniones y marchas, porque muchos de los que hoy tienen mi edad, crecieron en la militancia de sus padres y aprendieron que los ideales no se negocian, que las banderas no se arrían, que el valor de decir lo que se piensa debe ser refrendado por los actos.
Ayer, luego de ver la transmisión de la marcha, ya que no pude estar allí, de seguirla por las redes y por las novedades que mi marido me pasaba por teléfono (el sí pudo estar), luego de seguir el discurso detenidamente comentando con mi madre y mi suegra y compartiendo con muchos compañeros vía twitter, termino de hacer patente este sentimiento, esta potencia que quema las venas, el hecho de saber que no estamos equivocados, que no podemos explicar por qué somos lo que somos, porque hay que contarle al otro todo lo anteriormente dicho con lujo de detalles, ese calor indescriptible de miles de corazones que laten juntos soñando un país aún mejor. El amor que se pone en las luchas diarias, luchas que, por suerte hoy, son discursivas, dialécticas y no armadas.
¿Cómo le hacés entender a un gorila que lo único que pone feliz a un militante es saber que puede hacer que un niño o niña, un anciano o anciana sonría y recupere los sueños, y que esos sueños no serán vendidos?¿Cómo hacés para que te entiendan que no se trata de dar sino de hacer juntos, porque el pueblo es un soma, un cuerpo, que late todo junto, y que lejos de la fría cacerola, se expresa todo junto? ¿Cómo decirte gorila que la felicidad es encontrarte con los demás para cantar juntos hasta tener la voz quebrada, sentirse parte del latido vivo de la tierra y soñar con que todo es posible, y es más, trabajar para que así sea?
Estamos dando una lucha, en los ochenta y noventa el partido se llenó de una fauna impresentable, a la que mi abuelo llamaba “peronistas de pelo fino”, esos que nos vendieron el partido a los liberales, esos a los que Eva temía, cuando hablaba del oligarca que se lleva dentro. Nos robaron la marcha, las banderas las guardaron y al escudo lo colgaron en la pared, porque no había espacio en ellos para tenerlo junto al corazón, porque ahí tienen la billetera.
Después de mucho, volví a sentir que éramos nosotros otra vez.  Si, después de mucho, porque por mucho tiempo me sentí como se sentía el glorioso Carlos Carella cuando escribió aquella carta a la secretaría general del partido para irse, porque se habían vuelto más liberales que los liberales. Con esa carta lloramos muchos, porque nos sentíamos expulsados, porque la Triple A y sus secuaces nos habían querido hechar y lo estaban logrando, porque incluso le abrieron las puertas a quienes se habían levantado contra el gobierno democrático de Alfonsín, porque “con mierda también se construye”.
Dirán que es apasionado lo que escribo, exagerado, enardecido, que no llamo al diálogo y demás… es cierto, escribo con una pasión no muy común en mis artículos, pero escribo desde lo que me trasunta hoy, desde lo que gravita en mi interior, hoy no escribo como periodista, hoy soy una estricta militante a la que no le interesa ser comprendida, sino contar, cronicar lo que siente.
Hoy escribe la que lleva las banderas con el alma, la que pudo creer en algo después de una vida de no creer, la que sabe que hay que garantizar cada cosa conseguida y avanzar hacia la profundidad del proyecto de país con el que soñamos muchos.

Hay muchos que se dirán peronistas, mucho pichón noventista que busca decir que sabe dónde está, pero le aviso tener carnet no te hace parte, como el hábito no hace al monje. Los peronistas de pelo fino son conocidos por sus inclinaciones cipayas, y en la búsqueda de ser aceptados por la oligarquía como inofensivos dejaron de ser peronistas para ser solo peronés, es decir el hueso con el que se proyecta la patada. Y es nuestro trabajo garantizar que este movimiento siga siendo popular, es decir siga perteneciéndole al pueblo porque de él ha nacido, como Eva, como Perón, para hacer de este país una Patria Socialmente Justa, Económicamente Libre y Políticamente Soberana.

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