Lo que van a leer a continuación fue escrito ayer a la mañana y se publica hoy por razones de tiempo. Abrazos.
De peronistas y peronés
Cuando yo era chica y aprendí a cantar la marcha, veía en
los ojos de mis viejos y de mis abuelos un orgullo increíble. Claro, la nena se
iba haciendo peruca desde chica.
A los 10 años tenía leída y comprendida la doctrina, de más
está aclarar que para esto perseguí a Dios y María Santísima para que me
explicaran lo que el diccionario no podía, es que peronismo no se puede
explicar por etimología.
A medida que crecía y leía más sobre historia y política
(verán que no fui de las nenas que morían por las princesas) fui teniendo mis
contradicciones y desacuerdos con Perón, como suele pasarnos a muchos. Perón
era militar, yo crecí con cabeza civil y anarcoide, desde ahí no nos
comprenderíamos, mi mundo era post dictadura, tampoco nos entenderíamos. Pero
obviamente, la pelea nunca fue tanta como para decir “no soy más peronista”.
A los 18 me afilié, aunque para el 94 estaba peleada a morir
con el partido, no con el movimiento. Creo que tengo que aclarar algo, la
herramienta electoral del movimiento es el PJ (partido justicialista) que por
ese entonces pintaba más liberal y facho de lo que yo había imaginado siempre.
Claro, pasada la infancia, sabiendo que los reyes son los padres, uno no está
dispuesto a comerse ni una más.
Aun así, seguía sintiéndome peronista, más bien tirando a
Cooke que a Perón en sí mismo. Como no me alcanzaba, es más, me incomodaba ese supuesto
peronismo que me mostraba lo más lábil y vendido que podía ser, ver a la plana
mayor de la UCD cantando la marcha y haciendo la V fue como si me pegaran en el
estómago, leí otras fuentes, pasé por Marx, Bakunin, El Che (siempre el Che que
hasta hoy me acompaña) y muchos más. Pero siempre conservé esa esencia
peronista, es más, más que peronista peruca, peroncha, esa bien pata al piso
con la que crecí.
Alguno me dirá “vos no tenés el peronómetro” yo le diré que
sí. Mi peronómetro me lo dieron cuando me enseñaron la historia del movimiento,
me lo dio mi origen obrero, me lo legó Evita (como a tantas y tantos otros)
cuando escribió “Mi Mensaje” con la poca fuerza que le quedaba a ese cuerpo
todo pasión e ideas.
Mi peronómetro nació al calor de la resistencia de la que
participaron mis abuelos, y de las luchas por la vuelta con las que crecieron
mis padres, el peronómetro me lo dio la militancia no rentada con la que crecí
y la convicción de dejar horas de la vida personal para cambiar un país y un
mundo para bien de todos.
Mi forma de valorar se hizo al calor de las historias de
luchas sociales con las que me criaron y en mi férrea oposición al liberalismo
disfrazado de peronista. Aprendí a ver los ojos del traidor desde pequeña,
cuando los figurones del partido visitaban mi casa y a saber que no siempre
quien te dice compañero es alguien que te quiere.
Comprendan que pertenezco a una generación que se crio entre
reuniones y marchas, porque muchos de los que hoy tienen mi edad, crecieron en
la militancia de sus padres y aprendieron que los ideales no se negocian, que
las banderas no se arrían, que el valor de decir lo que se piensa debe ser
refrendado por los actos.
Ayer, luego de ver la transmisión de la marcha, ya que no
pude estar allí, de seguirla por las redes y por las novedades que mi marido me
pasaba por teléfono (el sí pudo estar), luego de seguir el discurso
detenidamente comentando con mi madre y mi suegra y compartiendo con muchos
compañeros vía twitter, termino de hacer patente este sentimiento, esta
potencia que quema las venas, el hecho de saber que no estamos equivocados, que
no podemos explicar por qué somos lo que somos, porque hay que contarle al otro
todo lo anteriormente dicho con lujo de detalles, ese calor indescriptible de
miles de corazones que laten juntos soñando un país aún mejor. El amor que se
pone en las luchas diarias, luchas que, por suerte hoy, son discursivas,
dialécticas y no armadas.
¿Cómo le hacés entender a un gorila que lo único que pone
feliz a un militante es saber que puede hacer que un niño o niña, un anciano o
anciana sonría y recupere los sueños, y que esos sueños no serán vendidos?¿Cómo
hacés para que te entiendan que no se trata de dar sino de hacer juntos, porque
el pueblo es un soma, un cuerpo, que late todo junto, y que lejos de la fría
cacerola, se expresa todo junto? ¿Cómo decirte gorila que la felicidad es
encontrarte con los demás para cantar juntos hasta tener la voz quebrada,
sentirse parte del latido vivo de la tierra y soñar con que todo es posible, y
es más, trabajar para que así sea?
Estamos dando una lucha, en los ochenta y noventa el partido
se llenó de una fauna impresentable, a la que mi abuelo llamaba “peronistas de
pelo fino”, esos que nos vendieron el partido a los liberales, esos a los que
Eva temía, cuando hablaba del oligarca que se lleva dentro. Nos robaron la
marcha, las banderas las guardaron y al escudo lo colgaron en la pared, porque
no había espacio en ellos para tenerlo junto al corazón, porque ahí tienen la
billetera.
Después de mucho, volví a sentir que éramos nosotros otra
vez. Si, después de mucho, porque por
mucho tiempo me sentí como se sentía el glorioso Carlos Carella cuando escribió
aquella carta a la secretaría general del partido para irse, porque se habían
vuelto más liberales que los liberales. Con esa carta lloramos muchos, porque
nos sentíamos expulsados, porque la Triple A y sus secuaces nos habían querido
hechar y lo estaban logrando, porque incluso le abrieron las puertas a quienes
se habían levantado contra el gobierno democrático de Alfonsín, porque “con
mierda también se construye”.
Dirán que es apasionado lo que escribo, exagerado,
enardecido, que no llamo al diálogo y demás… es cierto, escribo con una pasión
no muy común en mis artículos, pero escribo desde lo que me trasunta hoy, desde
lo que gravita en mi interior, hoy no escribo como periodista, hoy soy una
estricta militante a la que no le interesa ser comprendida, sino contar,
cronicar lo que siente.
Hoy escribe la que lleva las banderas con el alma, la que
pudo creer en algo después de una vida de no creer, la que sabe que hay que
garantizar cada cosa conseguida y avanzar hacia la profundidad del proyecto de
país con el que soñamos muchos.
Hay muchos que se dirán peronistas, mucho pichón noventista
que busca decir que sabe dónde está, pero le aviso tener carnet no te hace
parte, como el hábito no hace al monje. Los peronistas de pelo fino son
conocidos por sus inclinaciones cipayas, y en la búsqueda de ser aceptados por
la oligarquía como inofensivos dejaron de ser peronistas para ser solo peronés,
es decir el hueso con el que se proyecta la patada. Y es nuestro trabajo
garantizar que este movimiento siga siendo popular, es decir siga
perteneciéndole al pueblo porque de él ha nacido, como Eva, como Perón, para
hacer de este país una Patria Socialmente Justa, Económicamente Libre y
Políticamente Soberana.
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