La necesidad de una revolución profunda, nunca desaparece
del seno de los pueblos. Pero ¿de qué hablamos cuando decimos “revolución”?
Las revoluciones hasta el siglo XX inclusive fueron pensadas
como revoluciones armadas, es decir, que un sector (algunas veces popular,
otras no tanto) se hacía con el poder de manejar un estado determinado.
Las revoluciones cuando son simplemente la toma del poder
político, no suelen sobrevivir demasiado, ya que pronto son jaqueadas por el
poder económico y mediático -si dicha revolución es popular- hasta acabarla,
recurriendo a ideas implantadas en el pensamiento desde que el niño comienza su
instrucción escolar.
Entonces, ¿a qué revolución nos referimos? Pues a una
revolución cultural.
En estos momentos nuestro país, y nuestra región se
encuentran bajo bombardeo mediático constante, este bombardeo no sólo apunta a
causar temor y enojo, sino a despertar esas ideas conservadoras y protectoras
de las elites con las que hemos sido formados, como ciudadanos obedientes, para
garantizar el orden oligárquico.
Es decir, que debemos deconstruir nuestra forma de mirar la
historia y de mirarnos a nosotros mismos, para poder romper la mirada
hegemónica del archivista Mitre.
Nada es como nos lo contaron, está clarísimo, cada nueva
investigación en el campo de la historia, la antropología, la arqueología,
paleontología y demás, tira una nueva piecita de ese mural Billiken que nos
armaron en la cabeza, y de nuevo modifica nuestra identidad popular, al
enfrentarnos con verdades del origen.
La tendencia primera es a negar, “…estos tipos están locos…”
“… reescriben la historia como les parece…” y muchos otros argumentos que nos
toca escuchar a diario, lo que esta reacción entraña es el temor a perder lo
conocido, lo que es válido, pero no útil. Ese temor paraliza el avance de las
ideas, porque nos ata a lo que el ojo oligárquico quiere que veamos y ese si es
un problema grave.
Hablamos de emancipación, pero emanciparse significa salir,
de alguna manera, de la egida paterna, es decir salir al mundo generando nuevas
estructuras a partir del choque de la experiencia interna con la externa.
Muchas veces esto ocurre en los papeles pero no cabeza adentro.
La historia conocida, o las ideas que han compuesto lo que
se denomina “sentido común” muchas veces funcionan como un corset que impide
moverse y evolucionar en el mundo de las ideas y de los hechos.
Esto que digo no implica abandonar todas las ideas con las
que crecimos, sino animarnos a descubrir, por contraposición lo que hay del otros
lado, abrir el arcón de lo no contado, para poder revolver ese rico barro de la
historia, descubrir que es lo que las elites del pensamiento nos negaron,
animarse a navegar en las torrentosas aguas de la investigación para encontrar
los entresijos por donde se descascare por fin la pared de la historia oficial.
Lo que propongo es incómodo, sí, lo sé, pero es crucial.
La historia nos marca la forma en la que nos autopercibimos
como pueblo, es la que nos hace patente la cara frente al espejo de los pueblos,
y durante demasiado tiempo nos vimos con un rostro falso porque nos miramos a
través de ojos ajenos.
Cuando hablo de una revolución cultural no digo cerrar
fronteras para declarar un año cero, sino revolver lo que hay, buscar lo que no
vimos y comenzar por definirnos sin prejuzgarnos. Es decir incluir en nosotros
un verdadero pensamiento nacional, despojados de la necesidad de copiar
modelos, recuperar a nuestros pensadores, que han sido enterrados en las
sombras por los figurones a los que las élites nos permitieron admirar. Ojo, no
digo no consumir esas ideas, sino descubrirlas en paridad con las originarias,
porque de eso se trata, de ampliar, no de reducir.
Muchas veces me han dicho, “vos no podés cuestionar tal o
cual hecho porque vos ni habías nacido” y siempre deberé argumentar lo mismo,
además de leer a mucha gente he podido preguntar mucho en mi vida, con la
suerte de que me hayan respondido. Eso se llama aprendizaje y es milagroso.
Aprendí sobre el tiempo antes del primer peronismo hablando
con mis abuelos, tres de ellos, que vivieron esas épocas y el advenimiento del
peronismo con conciencia de época, aprendí sobre la resistencia de la boca de
algunos resistentes a los que he conocido, aprendí de los setenta hablando con
sobrevivientes. Aprendí del anarquismo de la boca de viejos anarquistas. Uno
aprende cuando habla con personas que estuvieron allí, participando algunos,
mirando otros. Uno aprende cuando lee y contrapone o relaciona.
Necesitamos que los más jóvenes, los que se están formando crezcan
con una historia que les permita ver luces y sombras, para que no se cimenten
sus pensamientos con falacias históricas. Si me hubiese quedado con lo que
aprendí, creería en el cuadro de ese San Martín europeo, creería que la
historia no la hicieron Juana Azurduy, Martina Chapanay o María Remedios del
Valle, pensaría sólo en los libertadores blancos y olvidaría a Túpac Amaru II o
a Túpac Katari, y a tantos otros.
Si me hubiese quedado con el formato recibido en la escuela
no hubiese aprendido a relacionar pensadores modernos con antiguos, no
conocería esas líneas que conectan los factores impulsores de hechos del siglo
pasado con los hechos de la actualidad, porque no rastrearía abiertamente los
orígenes. Es decir, no comprendería que todo tiene que ver con todo.
Una revolución cultural apunta a modificar ciertas cosas que
no nos permiten vivir bien, pero modificarlas desde la conciencia, no desde el
mero hacer. Es decir, occidente centro su pensamiento en lo individual, cuando
el pensamiento originario es comunitario. Volver al hacer comunitario implica
reconocernos en un espacio compartido. Cuando Perón habla de “la comunidad
organizada” no habla de otra cosa que aquello que subyace en el comunitarismo
de nuestros originarios, ese bien común, ese bien vivir que dormía en sus
genes. Ese mismo concepto lo refleja San Martín, ese mismo ideal enarbola
Belgrano y será parte de lo que Moreno exprese en su herencia altoperuana.
Modificar pautas culturales heredadas del liberalismo de
mercado, que nacen con la revolución industrial, que usa pueblos enteros como
mano de obra, en un alarde de pensamiento que se origina cuando el occidente europeo acuna la idea de
propiedad privada. En desmedro de la existencia
comunitaria que no reconoce el suelo que habita como una propiedad, sino como
un algo sagrado a lo que se pertenece.
Estamos librando una batalla cruenta por incluir a todas y
todos en cada avance y adelanto, peleamos frente a un odio cíclico de los
poderosos hacia el pueblo (cuando hablo de poderosos hablo de elites, oligarcas
y sus saltimbanquis servidores), en el 2001 teníamos una realidad similar a la
que existió hasta el 45, con niveles bajísimos de empleo, un mercado interno
destruido y cero oportunidades de avance, hoy no estamos a plena ocupación –
pleno empleo como en el primer peronismo, porque el daño causado fue muy
profundo, pero nos encaminamos hacia la consecución de ello (faltan muchas
cosas) pero el simple encaminarse hacia la reindustrialización y hacia la
independencia económica, basta para despertar las mismas células de odio, con
técnicas de difusión similares y los mismos patrones (eso sí, aquí no cambió,
los patrones son los mismos apellidos). Para ganar esta confrontación es que
libramos la batalla comunicacional y cultural, la lucha del pensamiento y la
acción, porque se piensa para el pueblo o para las elites.
Recuperar la palabra, el acceso a la información veraz,
alcanzar un revisionismo histórico pleno para sacarle de las manos la historia
a los que la tergiversaron durante décadas (convengamos que la rabia por el
surgimiento de varios centros de historia revisionista molesta, porque en el
revisionismo se desdibujan los figurones de bronce y aparecen los humanos con
virtudes y bajezas, pero porque además aparece el pueblo como sujeto de la
historia y no como mero espectador) porque el que se adueña de las palabras
domina las conciencias.
Quizá sea utópico lo que digo, pero en algún momento se
llega, lo sé, aún con obstáculos, porque un día alcanzaremos el objetivo. El
subcomandante Marcos decía: “Para todos, la luz, para todos, todo” yo creo que
un día será.
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