martes, 7 de abril de 2015

Revoluciones

Por Guadalupe Podestá Cordero

La necesidad de una revolución profunda, nunca desaparece del seno de los pueblos. Pero ¿de qué hablamos cuando decimos “revolución”?
Las revoluciones hasta el siglo XX inclusive fueron pensadas como revoluciones armadas, es decir, que un sector (algunas veces popular, otras no tanto) se hacía con el poder de manejar un estado determinado.
Las revoluciones cuando son simplemente la toma del poder político, no suelen sobrevivir demasiado, ya que pronto son jaqueadas por el poder económico y mediático -si dicha revolución es popular- hasta acabarla, recurriendo a ideas implantadas en el pensamiento desde que el niño comienza su instrucción escolar.
Entonces, ¿a qué revolución nos referimos? Pues a una revolución cultural.
En estos momentos nuestro país, y nuestra región se encuentran bajo bombardeo mediático constante, este bombardeo no sólo apunta a causar temor y enojo, sino a despertar esas ideas conservadoras y protectoras de las elites con las que hemos sido formados, como ciudadanos obedientes, para garantizar el orden oligárquico.
Es decir, que debemos deconstruir nuestra forma de mirar la historia y de mirarnos a nosotros mismos, para poder romper la mirada hegemónica del archivista Mitre.
Nada es como nos lo contaron, está clarísimo, cada nueva investigación en el campo de la historia, la antropología, la arqueología, paleontología y demás, tira una nueva piecita de ese mural Billiken que nos armaron en la cabeza, y de nuevo modifica nuestra identidad popular, al enfrentarnos con verdades del origen.
La tendencia primera es a negar, “…estos tipos están locos…” “… reescriben la historia como les parece…” y muchos otros argumentos que nos toca escuchar a diario, lo que esta reacción entraña es el temor a perder lo conocido, lo que es válido, pero no útil. Ese temor paraliza el avance de las ideas, porque nos ata a lo que el ojo oligárquico quiere que veamos y ese si es un problema grave.
Hablamos de emancipación, pero emanciparse significa salir, de alguna manera, de la egida paterna, es decir salir al mundo generando nuevas estructuras a partir del choque de la experiencia interna con la externa. Muchas veces esto ocurre en los papeles pero no cabeza adentro.
La historia conocida, o las ideas que han compuesto lo que se denomina “sentido común” muchas veces funcionan como un corset que impide moverse y evolucionar en el mundo de las ideas y de los hechos.
Esto que digo no implica abandonar todas las ideas con las que crecimos, sino animarnos a descubrir, por contraposición lo que hay del otros lado, abrir el arcón de lo no contado, para poder revolver ese rico barro de la historia, descubrir que es lo que las elites del pensamiento nos negaron, animarse a navegar en las torrentosas aguas de la investigación para encontrar los entresijos por donde se descascare por fin la pared de la historia oficial.
Lo que propongo es incómodo, sí, lo sé, pero es crucial.
La historia nos marca la forma en la que nos autopercibimos como pueblo, es la que nos hace patente la cara frente al espejo de los pueblos, y durante demasiado tiempo nos vimos con un rostro falso porque nos miramos a través de ojos ajenos.
Cuando hablo de una revolución cultural no digo cerrar fronteras para declarar un año cero, sino revolver lo que hay, buscar lo que no vimos y comenzar por definirnos sin prejuzgarnos. Es decir incluir en nosotros un verdadero pensamiento nacional, despojados de la necesidad de copiar modelos, recuperar a nuestros pensadores, que han sido enterrados en las sombras por los figurones a los que las élites nos permitieron admirar. Ojo, no digo no consumir esas ideas, sino descubrirlas en paridad con las originarias, porque de eso se trata, de ampliar, no de reducir.
Muchas veces me han dicho, “vos no podés cuestionar tal o cual hecho porque vos ni habías nacido” y siempre deberé argumentar lo mismo, además de leer a mucha gente he podido preguntar mucho en mi vida, con la suerte de que me hayan respondido. Eso se llama aprendizaje y es milagroso.
Aprendí sobre el tiempo antes del primer peronismo hablando con mis abuelos, tres de ellos, que vivieron esas épocas y el advenimiento del peronismo con conciencia de época, aprendí sobre la resistencia de la boca de algunos resistentes a los que he conocido, aprendí de los setenta hablando con sobrevivientes. Aprendí del anarquismo de la boca de viejos anarquistas. Uno aprende cuando habla con personas que estuvieron allí, participando algunos, mirando otros. Uno aprende cuando lee y contrapone o relaciona.
Necesitamos que los más jóvenes, los que se están formando crezcan con una historia que les permita ver luces y sombras, para que no se cimenten sus pensamientos con falacias históricas. Si me hubiese quedado con lo que aprendí, creería en el cuadro de ese San Martín europeo, creería que la historia no la hicieron Juana Azurduy, Martina Chapanay o María Remedios del Valle, pensaría sólo en los libertadores blancos y olvidaría a Túpac Amaru II o a Túpac Katari, y a tantos otros.
Si me hubiese quedado con el formato recibido en la escuela no hubiese aprendido a relacionar pensadores modernos con antiguos, no conocería esas líneas que conectan los factores impulsores de hechos del siglo pasado con los hechos de la actualidad, porque no rastrearía abiertamente los orígenes. Es decir, no comprendería que todo tiene que ver con todo.
Una revolución cultural apunta a modificar ciertas cosas que no nos permiten vivir bien, pero modificarlas desde la conciencia, no desde el mero hacer. Es decir, occidente centro su pensamiento en lo individual, cuando el pensamiento originario es comunitario. Volver al hacer comunitario implica reconocernos en un espacio compartido. Cuando Perón habla de “la comunidad organizada” no habla de otra cosa que aquello que subyace en el comunitarismo de nuestros originarios, ese bien común, ese bien vivir que dormía en sus genes. Ese mismo concepto lo refleja San Martín, ese mismo ideal enarbola Belgrano y será parte de lo que Moreno exprese en su herencia altoperuana.
Modificar pautas culturales heredadas del liberalismo de mercado, que nacen con la revolución industrial, que usa pueblos enteros como mano de obra, en un alarde de pensamiento que se origina  cuando el occidente europeo acuna la idea de propiedad privada.  En desmedro de la existencia comunitaria que no reconoce el suelo que habita como una propiedad, sino como un algo sagrado a lo que se pertenece.
Estamos librando una batalla cruenta por incluir a todas y todos en cada avance y adelanto, peleamos frente a un odio cíclico de los poderosos hacia el pueblo (cuando hablo de poderosos hablo de elites, oligarcas y sus saltimbanquis servidores), en el 2001 teníamos una realidad similar a la que existió hasta el 45, con niveles bajísimos de empleo, un mercado interno destruido y cero oportunidades de avance, hoy no estamos a plena ocupación – pleno empleo como en el primer peronismo, porque el daño causado fue muy profundo, pero nos encaminamos hacia la consecución de ello (faltan muchas cosas) pero el simple encaminarse hacia la reindustrialización y hacia la independencia económica, basta para despertar las mismas células de odio, con técnicas de difusión similares y los mismos patrones (eso sí, aquí no cambió, los patrones son los mismos apellidos). Para ganar esta confrontación es que libramos la batalla comunicacional y cultural, la lucha del pensamiento y la acción, porque se piensa para el pueblo o para las elites.
Recuperar la palabra, el acceso a la información veraz, alcanzar un revisionismo histórico pleno para sacarle de las manos la historia a los que la tergiversaron durante décadas (convengamos que la rabia por el surgimiento de varios centros de historia revisionista molesta, porque en el revisionismo se desdibujan los figurones de bronce y aparecen los humanos con virtudes y bajezas, pero porque además aparece el pueblo como sujeto de la historia y no como mero espectador) porque el que se adueña de las palabras domina las conciencias. 

Quizá sea utópico lo que digo, pero en algún momento se llega, lo sé, aún con obstáculos, porque un día alcanzaremos el objetivo. El subcomandante Marcos decía: “Para todos, la luz, para todos, todo” yo creo que un día será.

No hay comentarios:

Publicar un comentario