Luego de un largo y profundo desierto, en que nos hemos
debatido, con un esfuerzo consensuado de los miembros activos del País, hemos
logrado una estabilidad creciente que asoma en el horizonte mejoras
continuadas.
Aún falta mucho por hacer, salud, educación, mayores ofertas
de trabajo, la organización misma de una sociedad enferma de miedo y
desconfianza, descontaminar la paranoia mediática, restablecer la solidaridad,
en fin, volver a ser lo que fuimos en tiempos mejores.
Pero entre nosotros hay una clase media, creciente día a
día, que se dedica a denostar cada logro, trabajosamente conseguido, como si
fueran logros de los otros, los de afuera. Mira con ojos extranjeros, critica
como colonizador, se burla desaforadamente y pone trabas al crecimiento
económico con una avaricia contumaz, propia de los enemigos de una Nación.
La avaricia de la clase media, en general, que desconoce o
se horroriza de la inclusión, no se percata de que los Planes Sociales
garantizan un mejor futuro, mientras decrece el abismo de la exclusión.
La clase media, siempre tan pendular, siempre tan colchón
entre los poderosos y los desarrapados, no ve que en los esfuerzos de esta
democracia, aún inestable, por sus propios embates (de la clase media), está
buscando un equilibrio que atempere la lucha de clases, para poder reacomodar
el piso económico de la región. Derechas y ultraizquierdas mueven
constantemente la balsa social, y como el cáncer que mata al huésped, no ve que
es su propia muerte la que prohíja.
Esa clase media, la que piensa con el bolsillo, la que
siente la vida correr por la billetera y no por el corazón, es la clase cipaya,
la Malinche argentina, la que le abre, cantando, las puertas a los monopolios
transnacionales, los enemigos de adentro, la clase que corroe el verdadero
patriotismo, celebrando y asumiendo la colonización cultural con avidez.
Son los apátridas, los tibios, los que se aman a sí mismos
al rescoldo de los poderosos, lamiendo sus botas, alimentándose de sus migajas
y esperando trepar los escalones dorados que se les negarán, despreciándolos
una y otra vez. Los chupamedias contumaces, puro ego sin identidad.
¡Ah, sí, los apátridas, ellos: los colonizados hasta raíz!
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