jueves, 9 de octubre de 2014

Los motivos duermen en la memoria

Por Guadalupe Podestá Cordero

Uno puede pensar la realidad pasada desde muchos ángulos, la historia argentina siempre nos permitió mirarla y mirarnos en un ir y volver de imágenes y sensaciones, porque nuestra historia se siente.
Palpar las realidades pasadas desde un hoy es más simple en la definición, porque uno puede volver a ver y sentir las cosas como eran entonces.
En mi caso ese sentir es como un giro espiral descendente. Si descendente.
Hoy, con una película recordé como me sentía en la crisis de 2001, si, en mi vida ese fue un quiebre, no tanto económico como emocional.
Empecemos por el principio. Nací cuando la dictadura del 76 estaba ya declarada, así que siempre tuve esa sensación del pasado velado por el verde militar, como si hubiese nacido en tiempos eternamente nublados y austeros de textura (aclaro que tenía el amor de los míos y que mi infancia no fue triste).
Como se recuperó la democracia cuando tenía 6 años, recuerdo la primavera alfonsinista, y también recuerdo mis primeros festejos de primavera, juntando flores de trébol del fondo de casa y robando flores a cuanta planta hubiese para armar un florero y ponerlo en una mesa en el patio. Ansiaba el sol de la primavera. Los inviernos no me gustan por sus grises tristes, tal vez por como recuerdo los primeros años en un país donde la libertad era una palabra negada.
Recuerdo la felicidad de los míos por la recuperación del estado de derecho, aún el vértigo preelectoral y los actos de campaña, asistir a alguno a upa de mis padres y sentirme pueblo, cantar la marcha a voz en cuello como si tuviese clarísimo la importancia histórica del momento, aunque no.
Tengo más que presente la angustia en casa con el levantamiento carapintada y la rabia de sentir que nos querían cortar las alas que no habíamos empezado a usar.
Entendí, a los 12, lo que nos esperaba con la llegada de un señor que, disfrazado de peronista, terminaba de imponer el plan económico de la dictadura. Es decir, aprendí desde los 12 hasta los 25 lo que implicaba el neoliberalismo puesto en práctica sin pensar en nada, comprender que nada le importaba, a esos que firmaban acuerdos y créditos en nuestro nombre, cuantos niños morirían ese mismo día sumidos en una hambre feroz.
En ese tiempo hacíamos todo lo que podíamos para colaborar, abrimos comedores, formamos frentes políticos que en lugar de pensar la lista pensaban en repartir comida, apoyo y ropa. Mientras muchos seguían en la fantasía de “un peso un dólar” nosotros, en el conurbano buscábamos paliar la realidad dura del costo de esa fantasía del consumismo.
El neoliberalismo tiñó todo, pero todo, aún las expresiones espirituales, el mundo se volvía individualista y posmoderno de una manera atroz, cruel. Lo más granado del racismo salía a relucir y miles compraban un libro llamado “El Atroz Encanto de ser Argentino”, se replicaban por la naciente internet presentaciones de PowerPoint contando lo buenos que eran los demás países y lo caóticos, pobres e ignorantes que éramos nosotros. Claro nos tenían que vender un primer mundo que no existía, que era una escenografía de cartón y plástico sajón pintada de los más chillona y decorada con etiquetas “made in”. Lo triste fue que todo eso fue record de ventas.
Si, a la crisis de 2001 no llegamos de sorpresa, era un caldo que se venía cocinando desde el 55, y ahí es donde todo se cae no sólo en lo contextual, se cae adentro.
El 17 de diciembre alguien me dice “…mirá que mañana se cae todo…”, respondí riéndome porque, pese al ambiente pesado y denso, esas amenazas las había escuchado desde siempre.  “…sacá lo que tengas en el banco…” dijo, y mi respuesta fue concreta “…pelusas tengo! Yo no tengo cuenta bancaria! jajajajaj” No supe hasta un tiempo después que la corrida había sido armada durante unos quince días, acto del cual se ocuparon las empresas y familias más granadas del espectro nacional.
18 de diciembre, hacía calor, mientras chateaba con unos amigos, uno de ellos dice, “se escuchan ruidos, parece que alguien patea tachos…” seguidamente… “Che, pasa marchando gente con cacerolas??!!!” esto me lo contaban mis amigos del centro, después lo sabido, 19 y 20, represión atroz de la mano del sobrino nieto de Tito Luciardo, ruido de un país entero que se quiebra, explosión y rabia, una rabia feroz, dura y caliente.
El estado de sitio y escuchar por radio como la montada le tira encima los caballos a las madres, el odio profundo que despierta ese que le dispara por la espalda a un señor en las escalinatas del congreso y el dolor de saber que esto es por el hambre del pueblo, pero también, por la mano de quien quiso ser presidente y lo anunció en la embajada estadounidense… pensó que no nos enteraríamos nunca…
Y luego de eso, de cambiar de presidentes como de calzón durante una semana, un silencio triste.
Ahí estaba el impacto, estábamos solos de toda soledad. En el proceso de individuación plena del pensamiento liberal, nos fuimos desgajando del planeta y quedamos boyando solos en el espacio como una nave que no tiene rumbo.
Quedamos en estrés postraumático largo tiempo, porque el daño fue gigante y porque sabíamos que iban a quedar absueltos.
El ministro de economía de entonces con ojos saltados (a veces creo que de servilismo y codicia) desaparecía lo más rápido posible y el resto se mandó a guardar calladitos, para que no nos diéramos cuenta.
Recuerdo el frío del alma por la pena de lo ocurrido y, que aunque siguiéramos buscando motivos para reunirnos con amigos, siempre, en el fondo había un dejo amargo de lo contextual.
Me recuerdo discutiendo con amigos porque apoyaba los piquetes y las marchas, porque me tocaba ver lo que ellos no, las caras de hombres y mujeres que habían perdido el trabajo y los sueños, que las casas se llenaron de jefas de familia porque los jefes, sumidos en la depresión ya no sabían que hacer, ver a los chicos vestidos de hilachas y juntar ropa, comida, armar cooperativas para trabajar de algo, lo que sea.
A nosotros, la crisis no nos mató, siempre fuimos independientes, la pelemos, lo que sí dolía era ver a los de alrededor sufrir y leer a idiotas que decían que los pobres son pobres porque no les gusta el trabajo, en lugar de reconocer que cuando vendes tu país te estas vendiendo a vos mismo y que el amo hace con el esclavo lo que quiere.
Para 2004 ya estaba más que descreída, como muchos, me sentía traicionada por el partido al que pertenecí como toda mi familia chica, traicionada por todos los que figuraban en el hacer político.
Costaba  mucho creer que había salida para tanto pozo, porque de verdad era un pozo oscuro. Encima un pozo que no habíamos cavado nosotros, sino que los poderes económicos concentrados, los serviles nacionales, los vendepatrias  habían hecho ese pozo y los ridículos analistas de los medios masivos nos decían que meterse era la solución. Era como decir que entrar con un auto a toda velocidad en un túnel sin salida es el mejor plan para el fin de semana.
Lentamente las cosas empezaban a suceder en 2004 el acto en la ex ESMA y la bajada de los cuadros, dos emociones fuertes para mí. En 2005, por primera vez en toda mi vida, me tocó ver un presidente argentino decirle “no” a un estadounidense, increíble, honorable, el tren contra el ALCA era una novedad que, por supuesto, despertó la ira de los proyanquis de siempre, al igual que la respuesta del presidente argentino.
Cuando me preguntan por qué apoyo este proyecto, la respuesta más profunda es este ejercicio de memoria.
Los que están del otro lado han pasado por todas las administraciones que nombre, han estado metidos en todas aunque ahora hayan sido absueltos por unos jueces para los que la justicia es red que atrapa al bicho chico y libera peces gordos.
Recordar de dónde venimos nos ayuda a elegir con quiénes y cómo queremos caminar hacia adelante.
Porque si visitás Estados Unidos un 24 de marzo no tenemos nada para discutir, si decis que querés cerrar o
privatizar las nuevas universidades nacionales porque las hizo este gobierno no tenemos nada que decirnos, porque si te molesta la AUH, o los PROCRE, o te molesta la moratoria de jubilaciones entonces sabemos que no caminamos juntos, porque si los juicios sobre delitos de lesa humanidad te parecen venganza es que no nos entenderemos, porque para mí, cada paso dado en función del bien común del pueblo es festejable, porque cada desacato a los jueces buitres del imperio (porque no tiene autoridad jurídica para lo que hacen) es un acto de dignidad y soberanía.
Tal vez el mayor problema es la memoria, los que la tenemos intacta sabemos dónde estaba cada uno en qué momento, que cosas decía, que sosa hacía y eso nos da un fuerte filtro para detectar la mentira y un arsenal inacabado de argumentos. Conocemos la historia porque la hemos caminado y sabemos que no estamos ni cerca de tener todo solucionado, pero acordate (cuando alguien te diga que estamos peor o como en 2001) de la soledad y el abandono que se sentía y contáselo para que recuerde, porque los medios fabrican olvidadores seriales y esos son los que se quejan de lleno.

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