Uno puede pensar la realidad pasada desde muchos ángulos, la
historia argentina siempre nos permitió mirarla y mirarnos en un ir y volver de
imágenes y sensaciones, porque nuestra historia se siente.
Palpar las realidades pasadas desde un hoy es más simple en
la definición, porque uno puede volver a ver y sentir las cosas como eran
entonces.
Hoy, con una película recordé como me sentía en la crisis de
2001, si, en mi vida ese fue un quiebre, no tanto económico como emocional.
Empecemos por el principio. Nací cuando la dictadura del 76
estaba ya declarada, así que siempre tuve esa sensación del pasado velado por
el verde militar, como si hubiese nacido en tiempos eternamente nublados y
austeros de textura (aclaro que tenía el amor de los míos y que mi infancia no
fue triste).
Como se recuperó la democracia cuando tenía 6 años, recuerdo
la primavera alfonsinista, y también recuerdo mis primeros festejos de
primavera, juntando flores de trébol del fondo de casa y robando flores a
cuanta planta hubiese para armar un florero y ponerlo en una mesa en el patio.
Ansiaba el sol de la primavera. Los inviernos no me gustan por sus grises
tristes, tal vez por como recuerdo los primeros años en un país donde la
libertad era una palabra negada.
Recuerdo la felicidad de los míos por la recuperación del
estado de derecho, aún el vértigo preelectoral y los actos de campaña, asistir
a alguno a upa de mis padres y sentirme pueblo, cantar la marcha a voz en
cuello como si tuviese clarísimo la importancia histórica del momento, aunque
no.
Tengo más que presente la angustia en casa con el
levantamiento carapintada y la rabia de sentir que nos querían cortar las alas
que no habíamos empezado a usar.
Entendí, a los 12, lo que nos esperaba con la llegada de un
señor que, disfrazado de peronista, terminaba de imponer el plan económico de
la dictadura. Es decir, aprendí desde los 12 hasta los 25 lo que implicaba el
neoliberalismo puesto en práctica sin pensar en nada, comprender que nada le
importaba, a esos que firmaban acuerdos y créditos en nuestro nombre, cuantos
niños morirían ese mismo día sumidos en una hambre feroz.
En ese tiempo hacíamos todo lo que podíamos para colaborar,
abrimos comedores, formamos frentes políticos que en lugar de pensar la lista
pensaban en repartir comida, apoyo y ropa. Mientras muchos seguían en la
fantasía de “un peso un dólar” nosotros, en el conurbano buscábamos paliar la
realidad dura del costo de esa fantasía del consumismo.
El neoliberalismo tiñó todo, pero todo, aún las expresiones
espirituales, el mundo se volvía individualista y posmoderno de una manera
atroz, cruel. Lo más granado del racismo salía a relucir y miles compraban un
libro llamado “El Atroz Encanto de ser Argentino”, se replicaban por la
naciente internet presentaciones de PowerPoint contando lo buenos que eran los
demás países y lo caóticos, pobres e ignorantes que éramos nosotros. Claro nos
tenían que vender un primer mundo que no existía, que era una escenografía de
cartón y plástico sajón pintada de los más chillona y decorada con etiquetas
“made in”. Lo triste fue que todo eso fue record de ventas.
Si, a la crisis de 2001 no llegamos de sorpresa, era un
caldo que se venía cocinando desde el 55, y ahí es donde todo se cae no sólo en
lo contextual, se cae adentro.
El 17 de diciembre alguien me dice “…mirá que mañana se cae
todo…”, respondí riéndome porque, pese al ambiente pesado y denso, esas
amenazas las había escuchado desde siempre.
“…sacá lo que tengas en el banco…” dijo, y mi respuesta fue concreta
“…pelusas tengo! Yo no tengo cuenta bancaria! jajajajaj” No supe hasta un
tiempo después que la corrida había sido armada durante unos quince días, acto
del cual se ocuparon las empresas y familias más granadas del espectro
nacional.
18 de diciembre, hacía calor, mientras chateaba con unos
amigos, uno de ellos dice, “se escuchan ruidos, parece que alguien patea
tachos…” seguidamente… “Che, pasa marchando gente con cacerolas??!!!” esto me
lo contaban mis amigos del centro, después lo sabido, 19 y 20, represión atroz
de la mano del sobrino nieto de Tito Luciardo, ruido de un país entero que se
quiebra, explosión y rabia, una rabia feroz, dura y caliente.
El estado de sitio y escuchar por radio como la montada le
tira encima los caballos a las madres, el odio profundo que despierta ese que
le dispara por la espalda a un señor en las escalinatas del congreso y el dolor
de saber que esto es por el hambre del pueblo, pero también, por la mano de
quien quiso ser presidente y lo anunció en la embajada estadounidense… pensó
que no nos enteraríamos nunca…
Ahí estaba el impacto, estábamos solos de toda soledad. En
el proceso de individuación plena del pensamiento liberal, nos fuimos
desgajando del planeta y quedamos boyando solos en el espacio como una nave que
no tiene rumbo.
Quedamos en estrés postraumático largo tiempo, porque el
daño fue gigante y porque sabíamos que iban a quedar absueltos.
El ministro de economía de entonces con ojos saltados (a
veces creo que de servilismo y codicia) desaparecía lo más rápido posible y el
resto se mandó a guardar calladitos, para que no nos diéramos cuenta.
Recuerdo el frío del alma por la pena de lo ocurrido y, que
aunque siguiéramos buscando motivos para reunirnos con amigos, siempre, en el
fondo había un dejo amargo de lo contextual.
Me recuerdo discutiendo con amigos porque apoyaba los
piquetes y las marchas, porque me tocaba ver lo que ellos no, las caras de
hombres y mujeres que habían perdido el trabajo y los sueños, que las casas se
llenaron de jefas de familia porque los jefes, sumidos en la depresión ya no
sabían que hacer, ver a los chicos vestidos de hilachas y juntar ropa, comida,
armar cooperativas para trabajar de algo, lo que sea.
A nosotros, la crisis no nos mató, siempre fuimos
independientes, la pelemos, lo que sí dolía era ver a los de alrededor sufrir y
leer a idiotas que decían que los pobres son pobres porque no les gusta el
trabajo, en lugar de reconocer que cuando vendes tu país te estas vendiendo a
vos mismo y que el amo hace con el esclavo lo que quiere.
Para 2004 ya estaba más que descreída, como muchos, me
sentía traicionada por el partido al que pertenecí como toda mi familia chica, traicionada
por todos los que figuraban en el hacer político.
Costaba mucho creer
que había salida para tanto pozo, porque de verdad era un pozo oscuro. Encima
un pozo que no habíamos cavado nosotros, sino que los poderes económicos
concentrados, los serviles nacionales, los vendepatrias habían hecho ese pozo y los ridículos
analistas de los medios masivos nos decían que meterse era la solución. Era
como decir que entrar con un auto a toda velocidad en un túnel sin salida es el
mejor plan para el fin de semana.
Lentamente las cosas empezaban a suceder en 2004 el acto en
la ex ESMA y la bajada de los cuadros, dos emociones fuertes para mí. En 2005,
por primera vez en toda mi vida, me tocó ver un presidente argentino decirle
“no” a un estadounidense, increíble, honorable, el tren contra el ALCA era una
novedad que, por supuesto, despertó la ira de los proyanquis de siempre, al
igual que la respuesta del presidente argentino.
Cuando me preguntan por qué apoyo este proyecto, la
respuesta más profunda es este ejercicio de memoria.
Los que están del otro lado han pasado por todas las
administraciones que nombre, han estado metidos en todas aunque ahora hayan
sido absueltos por unos jueces para los que la justicia es red que atrapa al
bicho chico y libera peces gordos.
Recordar de dónde venimos nos ayuda a elegir con quiénes y
cómo queremos caminar hacia adelante.
Porque si visitás Estados Unidos un 24 de marzo no tenemos
nada para discutir, si decis que querés cerrar o
privatizar las nuevas
universidades nacionales porque las hizo este gobierno no tenemos nada que
decirnos, porque si te molesta la AUH, o los PROCRE, o te molesta la moratoria
de jubilaciones entonces sabemos que no caminamos juntos, porque si los juicios
sobre delitos de lesa humanidad te parecen venganza es que no nos entenderemos,
porque para mí, cada paso dado en función del bien común del pueblo es
festejable, porque cada desacato a los jueces buitres del imperio (porque no
tiene autoridad jurídica para lo que hacen) es un acto de dignidad y soberanía.
privatizar las nuevas
universidades nacionales porque las hizo este gobierno no tenemos nada que
decirnos, porque si te molesta la AUH, o los PROCRE, o te molesta la moratoria
de jubilaciones entonces sabemos que no caminamos juntos, porque si los juicios
sobre delitos de lesa humanidad te parecen venganza es que no nos entenderemos,
porque para mí, cada paso dado en función del bien común del pueblo es
festejable, porque cada desacato a los jueces buitres del imperio (porque no
tiene autoridad jurídica para lo que hacen) es un acto de dignidad y soberanía.
Tal vez el mayor problema es la memoria, los que la tenemos
intacta sabemos dónde estaba cada uno en qué momento, que cosas decía, que sosa
hacía y eso nos da un fuerte filtro para detectar la mentira y un arsenal
inacabado de argumentos. Conocemos la historia porque la hemos caminado y
sabemos que no estamos ni cerca de tener todo solucionado, pero acordate (cuando alguien te diga que estamos peor o como en 2001) de la soledad y el
abandono que se sentía y contáselo para que recuerde, porque los medios
fabrican olvidadores seriales y esos son los que se quejan de lleno.


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