Se despliega por el mundo como bandadas de aves carroñeras,
come recursos naturales, gente, esperanzas, sueños, ilusiones.
El capitalismo destructor de vidas y constructor de poderes
ilusorios se despliega por el mundo cubriéndolo con su indolente sombra,
robando para mucho los sueños e ilusiones de, simplemente, vivir.
Son miles los migrantes que, sumidos en la desesperación y
el espanto, huyen de unas vidas poco más que horrendas buscando un horizonte
posible, no para hacerse millonarios, como soñaban los europeos mientras se
llevaban el oro y la plata, los minerales y el petróleo, sino simplemente para
vivir y que vivan sus hijos. Viajan para trabajar, comer, estudiar. Viajan
anhelando lo que les robaron los grandes grupos económicos y antes que ellos
las coronas blancas del mundo “civilizado” que invadió tierras con mano
incivil.
Migrar es morir un poco, aunque se llegue con vida, porque
irse implica dejar atrás la tierra que se ama, los colores y calores, las
costumbres y los aromas. Aunque el horror sea el que expulsa, nunca hablé con
un migrante que no me cuente con dolor la partida, y no sólo por los que se
quedan, sino por dejar atrás esa tierra útero, que las causas del espanto le
roban.
La mirada racista sobre los migrantes habla de gente que
piensa que el que se va lo hace por gusto, incluso por el placer de invadir la
tierra de destino, piensa el racista que el migrante sabe menos que él, que hay
que formarlo a las maneras del país al que se llega, que vienen con costumbres
inferiores, así su cultura de origen tenga diez mil años de desarrollo.
El racista clama que se “intervenga en esos países que se
matan entre ellos” piden con un cinismo sin igual que “se lleve la democracia y
la libertad” a esos sitios a los que sus empresas llevaron hambre, dolor y
muerte.
Si, las sombras y las aves carroñeras a las que alimentó el
capital se despliegan para que los señoritos oligárquicos del mundo puedan
descansar sin las molestias de los pobres, a los que se asina en centros de
detención o bien se los deja librados al hambre y la injusticia en diversos
lugares del mundo.
Deberemos plantearnos, como humanos, cambiar la óptica,
comprender que vivimos en un solo mundo y que las fronteras las han dibujado
las coronas y las elites, para tener una quintita propia para sustentar sus
pequeños gastillos. Pero que vivimos en un solo mundo donde nadie tiene derecho
a negar el ingreso si ha sido parte de la ruina de otros pueblos.
Los humanos nacemos con el derecho a una vida digna, a un
nombre, a trazarnos un destino, pero para el capital los únicos con derecho son
los deseables, esos de la corona, esos niños ricos que juegan con las empresas
de papá, sin recordar que afectan a personas. Para el capital el mundo son
ellos, los banqueros, los que juegan con vidas y bienes, los fundidores de
países, los hambreadores de pueblos. Esos, las aves carroñeras que cada tanto
nos esconden el sol.
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