Cada 8 de marzo nos dicen “Feliz día de la mujer”, muchos
ignoran la historia de las obreras textiles muertas en el incendio de una
fábrica en Estados Unidos, veamos qué ocurrió:
El 8 de marzo de 1908 un hecho aberrante ocurrió en la
historia del trabajo y de la lucha sindical: unas 130 trabajadoras de la
fábrica Cotton de Nueva York, se declararon en huelga con permanencia en el
lugar de trabajo, en reclamo de la reducción de la jornada laboral (a 10
horas), salario igual que el de los hombres (igual remuneración por igual
tarea) y mejora en la higiene. El dueño de la empresa ordenó cerrar las puertas
y provocar un incendio para que desistieran y abandonen el lugar. No lo logró,
pero además las llamas se extendieron sin poder ser controladas y las mujeres
murieron abrasadas en el interior de la fábrica.
Mucho antes que esto, ocurrieron hechos terribles que
muestran a las mujeres como objeto de persecución y represión.
Podemos citar el caso de Hipatia de Alejandría (370-415),
muerta luego de tortura y lapidación por dominar las matemáticas y otras
ciencias, que ya les habían sido regaladas a los hombres por el patriarcado.
La inquisición llevó a la hoguera o al suplicio del agua, o
a la tortura a cada mujer que dominase el conocimiento de la sanación, a las
que tuviesen las mejores huertas, a las seguidoras de las antiguas religiones,
a las que contasen buenas historias o les leudase mejor la masa, ni les cuento
lo que pasó con las mujeres diestras en el arte de la guerra o en el dominio de
las ciencias. La bruja, la maga y la sacerdotisa fueron mostradas como seres
malignos o incluso inexistentes, para que no pretendiéramos el conocimiento.
Las mujeres de la revolución francesa pidieron la declaración
de los derechos de la mujer en paridad con los del hombre, fueron a la
guillotina, parece que lo de igualdad era sólo para ellos.
También podemos ir al principio del patriarcado, para
observar cómo, a través de distintos sistemas de control de masas –de los que
las religiones participaron abiertamente- se relegó a la mujer al lugar de
producción de soldados, mano de obra y paridoras. Cuidar la casa implicaba no
salir a la guerra (como era costumbre en mujeres de prácticamente todos los
pueblos) y no ejercer poder religioso, como sí ocurría con los antiguas
religiones del mundo. Cabe aclarar que el matricentrismo no pone a la mujer por
encima del hombre sino que apunta a reconocer igualdad de derechos sin negar
las diferencias.
Cuando no se disciplinó mediante tortura y genocidio se hizo
con la literatura. Desde ciertos textos “sagrados” hasta los cuentos
infantiles. Todo un armado para limitar roles y expresiones. Se ha borrado de
la historia el rol de las generalas y capitanas del ejercito independentista
así como, por ejemplo, la participación de las mujeres en las montoneras
federales.
La literatura ejemplificadora ha transformado a la mujer en
una pobre cabeza hueca, frágil y débil que debe ser conducida por un hombre
fuerte y asertivo.
Miremos más de cerca, esto daña a las mujeres y también a
los hombres, pone sobre los hombros de unos las vivencias de otros. Terrible.
Es más pensemos en los pobres tipos, que se comieron ese cuentito rosa y
celeste, cuando conocen a las mujeres que no crecieron con el cuentito. El
choque es tan apabullante que sienten herida su hombría. Sino miremos al pobre
Freud y su machismo presente en su estructura terapéutica. La aberración que
implica aseverar que las mujeres envidiamos el pene (para decir que deseamos el
poder) como si todas las culturas fueran falocéntricas. No muchachos, las
mujeres que son criadas por madres y padres seguros de sí y respetuosos de los
demás, no envidian el pene, son independientes. Por otro lado las culturas no
deben pensarse como organocéntricas, sino como construcciones colectivas que se
apoyan en arquetipos y paradigmas que, las más de las veces, han sido generados
por los estratos dominantes.
Vivimos en un mundo donde, pese a los siglos de lucha, las
propagandas siguen siendo insultantemente misóginas. Sino vean las de productos
de limpieza, cocina, y revistas. Observen las propagandas de las tiendas de
electrodomésticos (regalar un electrodoméstico, créanme, es un insulto a la
dignidad, los regalos de las mujeres deben ser cosas para ellas y que ellas
amen y para los hombres lo mismo).
Es más, en Argentina, un país con nombre femenino, está en
aumento el nivel de las agresiones contra las mujeres, es más tomen en cuenta
esto, hoy 8 de marzo el actual presidente recibe a las mujeres en el Salón de
los Científicos de Casa Rosada porque hizo desmantelar el Salón de las Mujeres
(que representaba a los iconos de la lucha por los derechos de las mujeres así
como a las mujeres que conformaron el ejército independentista), si chicas y
chicos, hablamos de la misma lumbrera que prometió sacar a Juana Azurduy,
símbolo de la mujer guerrera latinoamericana para poner al colonialista invasor
Colon. Hablamos del mismo tipo que dijo “a toda mujer le gusta un piropo aunque
le digan ¡qué lindo culo que tenés!” el mismo que puso de embajador a un
comediante de cuarta categoría que basó su carrera en tocar los cuerpos de las
mujeres con las que trabajaba abusando de su rol protagónico y que afirmó que
“las chinitas se embarazan para cobrar un plan”. Es ese que ordenó el cierre de
la Oficina de Atención a las Víctimas de Violencia Sexual cuando gobernaba la
ciudad de Buenos Aires. El que nombró a un ministro de salud que ordenó la
interrupción de los programas de sexualidad responsable (es decir que ya no hay
anticonceptivos ni preservativos gratuitos en los hospitales no campañas de
concientización de ningún tipo). Esto, todo esto, es violencia machista.
Este 8 de marzo nos encuentra con este panorama y con la
primera presa política, presa por mujer, por coya, por luchadora, por negra.
Presa por haber sabido formar una estructura capaz de crear policlínicos de
alta complejidad, escuelas y casas para los que nada tenían, en una provincia
que nunca dejó de manejarse feudalmente.
El 8 de marzo debe servirnos, en todo caso, para seguir
interpelando e interpelándonos sobre nuestro rol social, sobre que queremos y
como modificar los paradigmas limitantes. Este día debe ser un homenaje a la
fuerza femenina que, como el agua, no detiene jamás su avance. Debe ser considerado
un día para hablar de poder, pero del poder real, ese que debemos generar para
pararnos frente a cada desafío colectivo. El 8 de marzo tiene que servir para
que en una oleada de fuerza acabemos con el “cupo femenino” para que no haya
límites ni a mujeres ni a hombres, debe servirnos para romper con lo que nos
han querido imponer que somos.
No significa rechazar los saludos ni las atenciones de
aquellos que con amor nos las brindan, sino de aceptarlas como homenaje e
invitarlos a la vez a conocer esa fuerza femenina que ignoran y a que se unan a
la lucha en pie de igualdad, para que comprendan que el homenaje a la esencia
femenina se hace respetando y caminando al lado, para que entiendan que más que
protegernos deben luchar codo a codo, entonces nos cuidamos entre todos.
Sabemos, positivamente, que a muchos compañeros les cuesta
vernos en esta dimensión, aún después de ocho años de ver una mujer presidenta
en nuestro país y otros tantos en los países vecinos. Sabemos que muchas veces
les salta el machismo sin querer (a veces por miedo a ser opacados), pero
también somos conscientes de que resta mucho por hablar entre congéneres, ya
que muchas veces la mujer termina siendo reproductora del discurso patriarcal,
incluso acérrima defensora a costas de su propia libertad.
Esto va para las congéneres: hermanas, amigas, no somos
princesas, las princesas la pasaron mal gracias al patriarcado porque
terminaron siendo prenda de intercambio entre familias, no somos Cenicienta, no
somos Blancanieves, ni Caperucita, ni la Bella Durmiente. Las mujeres hemos
luchado, plantado, parido o no (eso también se elige o al menos debería ser
así), seguimos moviendo a este planeta que en todas las culturas lleva nombre
de mujer. No nos rindamos frente a las chucherías que el patriarcado nos
ofrece, porque detrás de eso está la renuncia a la presencia divina de
Soberanía (que para los que no lo sepan era una Diosa Romana)
Ser soberanas de nuestras vidas, es caminar en la existencia
plena.
Reconocer y construir poder femenino no es ir contra lo
masculino, es, en todo caso barrer con las estructuras anquilosadas para que
todos vivamos en igualdad de derechos, incluyendo en la diferencia, de esa
forma no seguiremos muriendo a manos de una sistema de pensamiento asesino.



