Estamos en un nuevo aniversario de la muerte de Eva, estas
fechas deberían ser las menos importantes en la rememoración de una vida, sobre
todo de una tan importante.
Eva fue “Eva” desde siempre, aún antes de Perón, porqueconvengamos, que si ella no hubiese sido quien era, con esa potencia y esa
convicción, con sus lecturas juveniles y sus ideales, con sus dolores de la
pobreza y su energía de avance, al conocer a Perón hubiese sido simplemente una
primera dama adorno, como lo eran todas en esas épocas. Una presencia que
realza el ambiente y de vez en cuando juega a la asquerosa y siempre indigna
caridad, y sólo eso.
Pero Eva no, ella era ese fuego que corre en las venas
cuando se conoce la injusticia y esa convicción inapagable que sólo surge
cuando se tiene claro hacia dónde se va.
Pensar en Eva no es pensar en la romanticona melodramática
de “La Razón de Mi Vida”, sino en la revolucionaria de “Mi Mensaje”, el primer
libro era lo que elegiría la historia oficial para descafeinarla, ni siquiera
son sus palabras, pero en el segundo hay un clamor revolucionario que no tiene
que ver con los tules y las gasas, sino con la potencia transformadora que
incendia espíritus.
Ella era en sí misma la furia conducida hacia la construcción,
imparable como río en la crecida, capaz de llevar todo dique, mitrista y
liberal, por delante para bien del pueblo, para llegar a cada rincón, a cada
alma, a cada sueño.
Ella, incendio voraz alimentado por la voluntad popular, es
el espíritu de nuestra revolución casera, nuestra hasta la última fibra.
Por eso odiaba a los tibios, porque sabía que en ellos
dormía el peligro de la ñoñería y la sujeción cultural, que es la que termina
siendo útil a los poderes concentrados.
Eva, era odiada porque los que le habían querido negar la
identidad y el derecho a ser quien era, por los encorsetados en ideas
conservadoras, con unas tristes vidas que no dejarían tras de sí más que
miseria y destrucción, esos la odiaban, los asesinos de pueblos. Y con ellos
los esbirros insoportables, pobres piojos resucitados que creían parecerse al
poderoso porque tenían alguito más que los demás.
Cuando se logra la igualdad de acceso a todo para todos se
paga siendo odiado. Los pudientes la odiaron por ayudar a los “negros” a tener
lo mismo que ellos, la odiaron por rescatar el término grasa y transformarlo en
algo más cariñoso que “descamisado”.
Le decían barbaridades y le deseaban la muerte porque sabían
que nunca serían amados como ella, si algo conocen las oligarquías y el
gorilaje, es la envidia del amor ajeno. Será por la ruindad que les corroe las
tripas, porque se saben odiados, que en su indignidad odian al pueblo y a sus
amores.
Dejemos de recordar a la cuidada Eva de los tules para
recordar a la que hablaba cara a cara con el pueblo, la que hablaba con los
obreros y que antes de prometer estaba haciendo.
Ofende a su legado la tibieza que hoy se observa en lo que
se hace llamar Peronismo, la obsecuencia de algunos de los que se quieren decir
dirigentes, que seden ante la presencia lujosa del patrón con miradas hasta
lujuriosas.
En un país que se debate entre volver al fondo del abismo de
la mano del delirante niño caprichoso que juega con el poder, y volver a ser
una patria justa, libre y soberana (como la que estábamos reconstruyendo) que
se para frente a los buitres y dice no, que resulta aberrante y asquerosa la
tibieza y blandura de algunos.
Eva decía que “el peronismo será revolucionario o no será
nada” y últimamente parece que la dirigencia está eligiendo que sea nada,
mientras las bases piden que sea revolucionario. Porque no basta con que duela
la actualidad, ni que nos lamentemos por los presos políticos y la persecución
con causas inventadas.
¿Puede, acaso, dudarse que Eva hubiese sido la primera en
ponerse la lucha al hombro? ¿Qué hubiese hecho con un partido que observa como
mueren de hipotermia 25 personas por no poder acceder al gas? En esta realidad
nuestra, tan triste e indignante, donde el dinero pasa de los trabajadores a los
poderosos de forma vergonzante mientras nos dicen que es para nuestro bien, la
figura de Eva se agiganta, y no es la de la simple y buena mujer que amó a
Perón, sino la de la compañera militante, con la mirada hecha fuego diciendo
desde ese tiempo, que sobre las cenizas de los traidores construiremos la
patria de los humildes.

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