Este tiempo es… por decir lo menos, complejo.
La realidad en estas tierras cambia como si un extraño ser
moviese un caleidoscopio en giro loco y descontrolado, pero en ese
caleidoscopio no vemos piedritas formando figuras fascinantes, sino, actos
conexos por el afán destructivo que forman paisajes caóticos cada mañana.
Será que nos desacostumbramos a amanecer con panoramas
horribles todos los días y ahora en un año quedamos como si hubiésemos recibido
400.000 cachetadas, una tras otra, sin solución de continuidad, 400.000 como el
estimativo de desocupados actual (estimativo que crece hora a hora, día a día).
Es como ver esas películas en las que se muestra un futuro postnuclear
y caótico.
No señoras, no señores, quien escribe no alucina, es
simplemente la expresión de lo que se aglutina frente a mis ojos, eso que
ocurre y uno no quería que ocurriera. Dirán que estas palabras surgen de
alguien que no se recuperó de una derrota electoral, pero no.
Uno puede ver, que aquellas ideas que defiende, ese modelo
de país en el que cree no se imponga por voluntad de mayorías y sin embargo
seguir trabajando y viviendo. Lo que no se puede soportar es la expoliación y
el destrozo, la impunidad y la saña.
Una saña tan hija del ’55, tan oligárquica y con olor a
bosta –si queridos lectores, han leído bien, escribí “olor a bosta”- esa que
resuma en cada exposición rural, esa misma exposición fundada por los que se
repartieron las tierras luego de pagar la “campaña al desierto” (un desierto
muy habitado, por cierto) de Roca. Esa saña del que desprecia al obrero que con
su esfuerzo lo enriquece y detesta al consumidor clase baja que le compra lo
que sus empresas producen.
Esta realidad nuestra es hija de la revancha, una revancha
acunada en ciertos hígados y riñones, durante una década y algo más.
El ascenso social causa paspaduras en las entretelas
oligárquicas porque, cuando, ese al que se considera inferior, alcanza un nuevo
nivel, se desayunan con que sus lugares, marcas y artículos de consumo dejan de
ser exclusivos.
El modelo de inclusión y avance, donde se rompe el statu quo
de las castas, donde desaparece la barrera entre “el señor” y el “vasallo”,
duele a los adueñados de las tierras y los bienes. Les duele, no ya por
desilusión de su poder ficticio, sino porque se atemorizan de las fuerzas a las
que se niegan a mirar y no quedan lugares donde huir del hedor de la masa,
sobre todo si el portador del hedor usa el mismo perfume que usa el oligarca.
La acción, frente a ese dolor, es la venganza que, como tal,
busca arrasar todo. Que no quede un ladrillo en pie.
Ya no tienen un palacio Alzaga Unzué para demoler (parece
que Olivos si les gusta) ni pueden prohibir nombres. Pueden si perseguir
judicialmente, mentir –como siempre lo han hecho- , destilar moralinas
hipócritamente pacatas, escritas por fútiles tinterillos que ya no pueden armar
operaciones efectivas, porque la inventiva popular se las desmadra enseguida.
Así, el intento de mostrar un rasgo, presuntamente, violento
de la mandataria anterior se transforma en ringtons y remeras. Cosa curiosa,
porque son desmemoriados, no notaron que ya había pasado con lo de “Yegua” con
la “Crispación” y con las calzas que terminaron por ponerse de moda entre la
militancia femenina.
A veces pienso que, actualmente, estamos en manos de una
mezcla entre los Tres Chiflados, Tandarica, y Jerry Lewis. La oligarquía eligió
sádicos con tintes republicanistas para que los representen, pero con un plus
especial… la imbecilidad supina.
Hay, en su accionar, una ignorancia que espanta. Si no
viviéramos aquí, pensaríamos que es una tragicomedia con ribetes del sainete.
Pero, dolorosamente, estos ignorantes descuartizan nuestra Patria, con una
liviandad y una impunidad que los hace difíciles de creer.
¿Y frente a esto qué hacemos? ¿Cómo salir de tremendo
pantano degradante y decadente? ¿Cómo se corta este viaje hacia la baratería
noventosa de papel de estraza?
Tenemos la salida en nuestras manos, la formación, la
información y la creatividad.
La salida de estos procesos es cultural, si sólo nos
centramos en lo electoral y luego de triunfar planteamos la batalla cultural,
la realidad es que llegaremos al triunfo débiles.
Es ahora, en el caos, cuando debemos plantearnos, además de
las medidas coyunturales, la modificación de paradigmas culturales. Mostrar que
lo político nunca está escindido de los otros aspectos de la vida.
Comprender que, esa lucha por el pensamiento, esa vuelta a
mirar el pensamiento nacional y hacerlo propio, el hecho de generar un nuevo
simbolismo popular que se sume a lo que está en lo profundo de esa nosotrosidad
del pueblo, es lo que nos abre camino para una transformación que las
oligarquías no puedan detener.
Somos capaces de eso y más, porque los pueblos tienen la
maravillosa capacidad de regenerarse y renacer.
Nuestros héroes independentistas creían que éramos capaces
de generar nuestra propia liberación del yugo y nuestros líderes históricos
creyeron en lo mismo, por tanto no debemos ser nosotros quienes claudiquemos en
esa mirada.
La construcción de un gran Frente Nacional de Mayorías del
que habla Cristina implica todo esto. Como pueblo somos capaces de darnos esa
herramienta y sostenerla.
¿Quién más se anima?
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