miércoles, 17 de abril de 2019

La buena política

Por Guadalupe Podestá Cordero


A veces los textos pueden ser incómodos, sobre todo a la hora de expresar ideas que, no todxs, desean leer.

A nadie escapa lo dramático, trágico y grosero del trance por el cual nuestra Patria atraviesa, sería, más que negador, psicópata quien afirme que lo ignora, y quien, además, sea capaz de negar que es provocado exprofeso sería ya un macabrx perversx al que le gusta esquizofrenizar a su interlocutor.
Desde hace tres años vivimos en una realidad paralela, fruto de las peores mentes políticas pero de las más brillantes lumbreras de la destrucción.

Frente a qué nos encontramos? Pues, francamente, ya no estamos paradxs al borde del abismo sino que lo estamos transitando en caída libre. Por eso es que, en tan fructífero marco, las aves de rapiña salen a relucir desde sus oscuros rincones con la esperanza de tomar retazos de un poder que se desmorona. Y créanlo, no escapa a ningún ámbito.

 Hay, entonces, dos maneras de pensar la política, una es ese juego adrenalínico de trenzas y disputas nimias, en las que lo que vale es ver ascender el propio nombre en la lista de los futuros contrincantes, y la otra es la que podríamos apodar “la buena política”.

A qué se refiere esa denominación. Simple, a quienes dan su tiempo en favor del bien común, quienes  no priorizan ver su nombre en una lista (y eso no significa que no aspiren a alcanzar el poder) sino que ponen su esfuerzo en el hacer y comprenden que lo otro es, en todo caso, un reconocimiento de sus pares a la capacidad de conducir que demuestre.

No existe la sed de competir, porque la buena política no es un juego o un deporte, es una necesidad interna de hacer para que el bien vivir llegue a todxs, y no a un sector concentrado que absorbe todo el patrimonio del país.

El problema reside en pensarse como un “animal político” que tiene “ganas de ser” y en pos de ello lleva adelante cualquier artimaña rastrera. De todas formas, cabe recordar que el poder no se conquista, ya que, al igual que la libertad, el poder es una construcción colectiva o individual, privada o social, no es un objeto que se hereda ni un territorio a conquistar, es ante todo la creación de condiciones para conducir los destinos del país, una provincia o un municipio.

Nos encontramos entonces en momentos de extrema fragilidad en los que los habitantes de este suelo piden a gritos la unidad de los dirigentes y de las bases para poder generar esa ansiada victoria que nos permita reconstruir lo destruido y mejorarlo. En este marco quien elige jugar solx va a contramano del reclamo popular, a contramano de la historia, a contramano del partido que dice amar y de las ideas que dice defender.

No estamos cansadxs de lxs que quieren ser sin decirnos para qué? No estamxs cansados del arribismo? Porque si hay algo de demostró el actual  gobierno es que el arribismo y la meritocracia sirven sólo para engrosar bolsillos oligárquicos mientras destrozan esta tierra.

Deberíamos repetirnos como un mantra que sólo estar unidxs nos sacará de esta tormenta, quién así no lo comprenda, quien por jugar al distintx elija priorizar sus deseos de centralidad y protagonismo por sobre la urgencia coyuntural no habrá comprendido el devenir de la historia, o simplemente, está trabajando para el opresor.

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