martes, 27 de mayo de 2014

Identidad

Por Guadalupe Pdestá Cordero

¿Que nos define? ¿En qué punto nos vemos a rostro real, lavado, puro? ¿Por qué se vuelve más verdadera la noción de pueblo después de la distancia?
Desde siempre nos acunan las voces de los nuestros sin darnos cuenta, sin que lo notemos. Vienen rolando en la sangre los sonidos más lejanos para marcar el alma que vivirá la humana experiencia de probar cuerpo en  tierra.
Cuando miramos los ojos de ese que nos cruza, miramos a millones de otros con sus miedos, sus patrones, sus ideas, los fuegos y aguaceros de la existencia. Miramos la historia en retrospectiva y en miniatura.
Las caras de los niños, esas caras son caritas que tejen la historia cada vez que una idea surca sus cabecitas, las manos de los ancianos que cuentan historias grandes e inagotables, tejidas en el tapiz del tiempo por las manos de alguna vieja artesana.
Agüitas de la vida que corren en los sueños, la identidad se construye en el diario vivir, pero también en la repetición milenaria de ciertos actos, en la forma de hacer comida y en la forma de comerla.
Alguna vez, Jacobo L. Moreno, dijo, que Dios es una obra incompleta que requiere del teatro de la humanidad para completarse, ese es el ejemplo más acabado de la construcción de la identidad popular que pude encontrar hasta ahora.
La identidad de los pueblos se construye con el devenir de su historia, pero también con la vuelta a la raíz, todos tenemos raíz, nadie es clavel del aire, y cuando la raíz es negada, borrada, combatida, desaparece ese brillo profundo que nos da vida, porque la vida fue tejida desde ese exacto punto y tomando en cuenta que esa raíz es hija de otra planta ya crecida.
Los pueblos van completándose cuando son capaces de mirar a los ojos de sus hijos sin temor ni vergüenza, cuando esos hijos e hijas sacan pecho y ponen cuerpo a las ideas, porque las ideas sin cuerpo son solo eso, idea, reloj sin agujas que no marcará ningún tiempo.
Así como la identidad se construye hay quien la deconstruye, quien la destruye, la cambia, la segmenta.
Cuando no sabemos de dónde y por qué venimos, cuando no conocemos el fuego que nos horneó vasija que contiene la conciencia, cuando miramos deslavadamente la propia historia y los pasos se pierden en el pasillo del tiempo ahogados por su propio eco, es, entonces, que los pueblos se debilitan y caen.
El neoliberalismo fue una feroz máquina de demoler identidades, una más, porque los poderes fácticos del mundo, los dueños de los bienes (dueños a la fuerza) necesitan de identidades comodity para no ser estorbados, necesitan que desconozcamos el rumor antiguo de las voces que forjaron nuestra sangre.
No hablo aquí de razas, hablo de pueblos, los pueblos son plurietnicos, los pueblos son plurinacionales, los pueblos simplemente son, pues se arman con el tiempo.
No basta con abrir los libros y sentarnos a discutir, tenemos que caminar esa historia, la nuestra, desde el presente hacia el inicio, para poder encontrar las herramientas para construir lo que soñamos para mañana. La historia no debiera leerse sino encarnarse, buscar en el interior de uno, allí donde las luces del pensamiento colonial no han llegado, para encontrar el rostro que nos dio pie para sostener nuestra forma de vivir y pensar, y detrás de ese rostro encontrar los rostros que poblaron la protohistoria de cada uno y del propio pueblo.
¿Se preguntaron qué pies bailan cuando ustedes bailan? ¿Por qué me levanta más el tambor que el piano, por qué el charango más que la gaita? O viceversa, claro.
En la semilla de nuestras elecciones duermes aquellos millones que debieron caminar juntos para que naciéramos, y como sujetos históricos esto debería empezar a pesar, porque hacemos y escribimos la historia por lo que sentimos que somos. De esa misma forma militamos, comemos, bailamos y demás, la identidad se expresa en cada acto acometido por cada uno de nosotros.
Lo maravilloso de este mundo sigue siendo esa cosa variopinta que es la cultura popular del mundo, que, a decir verdad, dista bastante de la que las oligarquías nos muestran. Dista porque las realidades son otras y los resortes que impulsan la creatividad son diferentes.
Porque los pueblos no se hacen de añorar al invasor sino de reconstrucción y transformación, pero cuando esos procesos no contemplan la completud de las pinturas que conforman el pasado y la raíz, entonces son procesos incompletos.
Latinoamérica (AbyaYala como me gusta a mi) sufrió y sufre procesos de aculturación desde 1492 hasta acá, porque a los que buscan digitarnos la vida, nuestra identidad les molesta. Las oligarquías que anidan por estos lares del sur, gustan de negarnos la cultura, nos llaman con toda clase de apelativos de desprecio, todo lo que no entre en el pequeño molde de lo, para ellos, aceptable, es anómalo y por lo tanto condenable.
Cabecita negra, cholo, negro, paragua, bolita, aluvión zoológico, la merza, los grasas, la negrada, peroncho, choripanero, planero, villero, murguero o artista con identidad política, para ellos todo es reprobable, porque cada pizca de identidad reconocida es una pizca de libertad construida.
No sé cuál fue la motivación de fondo para escribir así. Se, que tiene que ver con que desde hace días mi identidad se revuelve otra vez en busca de una raíz más profunda, porque hay caminos para andar, siempre más nuevos, siempre más profundos, siempre con maravillas y sustos. Pero a decir verdad, el viaje de reconstruir esta identidad pluriétnica es algo que como pueblo nos debemos.

Es esencial para un pueblo fuerte, reconocer todas las partes de su identidad, hacer visible a cada nación que compone su origen desde el inicio mismo, América Latina debe avanzar hacia un pensamiento nacional que contenga todas las voces, que piense menos como el blanco invasor (y no me vengan con que yo también soy blanca, porque esa es solo media carga de sangre, a la que amo y respeto, pero es la mitad), el pensamiento nacional debería ser una expresión compuesta de todo lo que existe desde tiempo inmemorial más todo lo que se ha sumado, entonces si podremos mirarnos al espejo y vernos a cara lavada y en el fondo de los ojos ver la luz de los ancestros iluminando cada acto de nuestras vidas y entonces la revolución total habrá comenzado.

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