¿Que nos define? ¿En qué punto nos vemos a rostro real,
lavado, puro? ¿Por qué se vuelve más verdadera la noción de pueblo después de
la distancia?
Desde siempre nos acunan las voces de los nuestros sin
darnos cuenta, sin que lo notemos. Vienen rolando en la sangre los sonidos más
lejanos para marcar el alma que vivirá la humana experiencia de probar cuerpo
en tierra.
Cuando miramos los ojos de ese que nos cruza, miramos a
millones de otros con sus miedos, sus patrones, sus ideas, los fuegos y aguaceros
de la existencia. Miramos la historia en retrospectiva y en miniatura.
Las caras de los niños, esas caras son caritas que tejen la
historia cada vez que una idea surca sus cabecitas, las manos de los ancianos
que cuentan historias grandes e inagotables, tejidas en el tapiz del tiempo por
las manos de alguna vieja artesana.
Agüitas de la vida que corren en los sueños, la identidad se
construye en el diario vivir, pero también en la repetición milenaria de
ciertos actos, en la forma de hacer comida y en la forma de comerla.
Alguna vez, Jacobo L. Moreno, dijo, que Dios es una obra
incompleta que requiere del teatro de la humanidad para completarse, ese es el
ejemplo más acabado de la construcción de la identidad popular que pude
encontrar hasta ahora.
La identidad de los pueblos se construye con el devenir de
su historia, pero también con la vuelta a la raíz, todos tenemos raíz, nadie es
clavel del aire, y cuando la raíz es negada, borrada, combatida, desaparece ese
brillo profundo que nos da vida, porque la vida fue tejida desde ese exacto
punto y tomando en cuenta que esa raíz es hija de otra planta ya crecida.
Los pueblos van completándose cuando son capaces de mirar a
los ojos de sus hijos sin temor ni vergüenza, cuando esos hijos e hijas sacan
pecho y ponen cuerpo a las ideas, porque las ideas sin cuerpo son solo eso,
idea, reloj sin agujas que no marcará ningún tiempo.
Así como la identidad se construye hay quien la deconstruye,
quien la destruye, la cambia, la segmenta.
Cuando no sabemos de dónde y por qué venimos, cuando no
conocemos el fuego que nos horneó vasija que contiene la conciencia, cuando
miramos deslavadamente la propia historia y los pasos se pierden en el pasillo
del tiempo ahogados por su propio eco, es, entonces, que los pueblos se
debilitan y caen.
El neoliberalismo fue una feroz máquina de demoler
identidades, una más, porque los poderes fácticos del mundo, los dueños de los
bienes (dueños a la fuerza) necesitan de identidades comodity para no ser
estorbados, necesitan que desconozcamos el rumor antiguo de las voces que
forjaron nuestra sangre.
No hablo aquí de razas, hablo de pueblos, los pueblos son
plurietnicos, los pueblos son plurinacionales, los pueblos simplemente son,
pues se arman con el tiempo.
No basta con abrir los libros y sentarnos a discutir,
tenemos que caminar esa historia, la nuestra, desde el presente hacia el
inicio, para poder encontrar las herramientas para construir lo que soñamos
para mañana. La historia no debiera leerse sino encarnarse, buscar en el interior
de uno, allí donde las luces del pensamiento colonial no han llegado, para
encontrar el rostro que nos dio pie para sostener nuestra forma de vivir y
pensar, y detrás de ese rostro encontrar los rostros que poblaron la
protohistoria de cada uno y del propio pueblo.
¿Se preguntaron qué pies bailan cuando ustedes bailan? ¿Por
qué me levanta más el tambor que el piano, por qué el charango más que la
gaita? O viceversa, claro.
En la semilla de nuestras elecciones duermes aquellos
millones que debieron caminar juntos para que naciéramos, y como sujetos
históricos esto debería empezar a pesar, porque hacemos y escribimos la
historia por lo que sentimos que somos. De esa misma forma militamos, comemos,
bailamos y demás, la identidad se expresa en cada acto acometido por cada uno
de nosotros.
Lo maravilloso de este mundo sigue siendo esa cosa
variopinta que es la cultura popular del mundo, que, a decir verdad, dista
bastante de la que las oligarquías nos muestran. Dista porque las realidades
son otras y los resortes que impulsan la creatividad son diferentes.
Porque los pueblos no se hacen de añorar al invasor sino de
reconstrucción y transformación, pero cuando esos procesos no contemplan la
completud de las pinturas que conforman el pasado y la raíz, entonces son
procesos incompletos.
Latinoamérica (AbyaYala como me gusta a mi) sufrió y sufre procesos
de aculturación desde 1492 hasta acá, porque a los que buscan digitarnos la
vida, nuestra identidad les molesta. Las oligarquías que anidan por estos lares
del sur, gustan de negarnos la cultura, nos llaman con toda clase de apelativos
de desprecio, todo lo que no entre en el pequeño molde de lo, para ellos,
aceptable, es anómalo y por lo tanto condenable.
Cabecita negra, cholo, negro, paragua, bolita, aluvión
zoológico, la merza, los grasas, la negrada, peroncho, choripanero, planero,
villero, murguero o artista con identidad política, para ellos todo es
reprobable, porque cada pizca de identidad reconocida es una pizca de libertad
construida.
No sé cuál fue la motivación de fondo para escribir así. Se,
que tiene que ver con que desde hace días mi identidad se revuelve otra vez en
busca de una raíz más profunda, porque hay caminos para andar, siempre más
nuevos, siempre más profundos, siempre con maravillas y sustos. Pero a decir
verdad, el viaje de reconstruir esta identidad pluriétnica es algo que como
pueblo nos debemos.
Es esencial para un pueblo fuerte, reconocer todas las
partes de su identidad, hacer visible a cada nación que compone su origen desde
el inicio mismo, América Latina debe avanzar hacia un pensamiento nacional que
contenga todas las voces, que piense menos como el blanco invasor (y no me
vengan con que yo también soy blanca, porque esa es solo media carga de sangre,
a la que amo y respeto, pero es la mitad), el pensamiento nacional debería ser
una expresión compuesta de todo lo que existe desde tiempo inmemorial más todo
lo que se ha sumado, entonces si podremos mirarnos al espejo y vernos a cara
lavada y en el fondo de los ojos ver la luz de los ancestros iluminando cada
acto de nuestras vidas y entonces la revolución total habrá comenzado.
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