En el sur del mundo existe un lugar, un país, una patria que
cobija a 45 millones de personas, humanos más, humanos menos.
Por asares de la vida y de la trampa –ahora lo sabemos mejor
que nunca- el Sr. M se hizo con el control total del lugar. Claro que no es,
expresamente, para él, porque él es como un súper gerente que gestiona para sus
poderosos e invisibilizados patrones.
El Sr. M tiene huestes de domesticados escribientes y
hablantes que irradian a las masas con sus delirios de nueva era barata por lo
kitch pero cara por sus precios. El Sr. M no es tonto, generó, junto con sus
jefes, una red de dominación de ideas en la que las neurociencias son usadas
para atar en vez de liberar.
El Sr. M se levanta y es vestido y maquillado para mentir,
lo primero es mentir humanidad –vista la humanidad como una condición positiva-
la miente para ocultar el inmenso vacío de años de terapia inconducente, porque
al psicópata no hay como enseñarle empatía ni piedad.
Más tarde mentirá palabras, mentirá valores, tergiversará
significantes. Transformará a la impericia, la avaricia, la inutilidad, la ignorancia,
la idiotez y el sadismo en valores de su
pretendida sociedad meritócrata. El Sr. M ama la idea de meritocracia (cosa que
ni siquiera roza) porque piensa que los humanos fuera de ciertos estratos han
hecho mérito para sufrir. Entonces, cual Miky Vainilla sin bigote ni flequillo,
condena y humilla a la humanidad que vive diferente a él. Como aquella vez que
en connivencia con un intendente y un empresa de servicios de electricidad,
mandó quitar medidores de casas con la intensión de desalojar un barrio que le
afeaba la vista de su campo de golf en Bella Vista, si, el de los 900 millones.
O como dijera su vicepresidenta, el modelos será el de la
India, un país de servicios –pensemos que se debe haber mordido para no decir “de
esclavos”- traduciendo, un país que no produzca, en el que los sueldos sean de
hambre y los trabajadores carezcan de derechos.
Podríamos seguir, pero debemos tener claro de quienes
hablamos, estamos analizando a personas que son incapaces de pensar en el bien
común. Personas que abren ONGs para recibir financiamiento de agencias de
inteligencia, permitir el injerencismo y currarse varios millones.
El Sr. M juega con sus soldaditos de plástico y acaricia el
sueño del estado policial, tal vez, si supiera lo que es, construiría un
panóptico gigante, con el fin de controlarlo todo, todo el tiempo, un panóptico
para vigilar y castigar al negro que se atreva a soñar progreso.
La derecha nunca supo hablar de derechos, más que de los de
los patrones, entonces no puede articular palabras como “bien” y “común” en una
misma frase. No pueden hablar de libertades pensadas desde lo colectivo, no
puede hablar de propiedad si no es privada.
El Sr. M, nos despierta con un nuevo disgusto cada día,
sueña con llevar el estrés de la masa popular a niveles nunca vistos, para
poder dejarlos indefensos y sin capacidad de defensa.
Los malos son los débiles, los vulnerables, son marginados
por un sistema que solo los ve como recursos y no como personas.
Es imposible pensarlo de otra manera, los hechos de estos
últimos dos años, nos llevan a pensar en la aplicación sistemática de un plan
represivo. Un gobierno que inicia con presos políticos, con un desaparecido,
con represión y creyendo que el pueblo no pude decirles “que hacer”, con
ministros que patotean en vez de responder, con gobernadores feudales que
deciden sobre vidas y bienes.
El laboratorio del Sr. M no es simplemente un laboratorio de
represión popular, es un laboratorio de sadismo a gran escala, donde se
implanta la idea de la miseria necesaria, donde se muestra que es exitoso el
ignorante con apellido y donde el “amor” es sinónimo de abuso, expoliación y
como mucho limosna.
Es, entonces, un acto de soberanía revelarse.
Es, en sí, un acto de suprema humanidad, decirles basta y
accionar en ese sentido.
Es potestad del pueblo avanzar en este sentido, defender sus
derechos, defender la vida, defender la posibilidad de tener futuro, porque
nuestros libertadores y revolucionarios se jugaron la vida por ello y lo que menos
debemos hacer es dejarlos en el olvido, porque el olvido mata pueblos y
entierra genocidios.
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