Dicen que el mejor truco del diablo es hacerle creer a los
demás que no existe. Bien, el mejor truco de las oligarquías es generar en la
población el pensamiento antipolítico. “No politicemos” dice el mediano como si
la decisión de sacar la política de su hablar no fuera una decisión política.
Ignorar que la vida es producto de nuestro pensamiento
político es negar que crecemos mamando la ideología de la familia, pero además es
la mejor justificación para la irresponsabilidad frente a la propia vida.
El pensamiento antipolítico es producto de los patrones y no
del pueblo trabajador, al pueblo se lo forma en la idea de que “la política es
sucia” o “la política es corrupta y peligrosa” para que no se metan, para que
no indaguen, para que no transformen; porque al fin de cuentas la política es
el pensamiento transformador, no sólo el arte de lo posible, sino encontrar la
forma de que los sueños del bien o del mal se cristalicen en concreciones.
El pensamiento antipolítico es el lugar cómodo del
mediopelo, es como el centro, que es una forma de no asumir que te paras a la
derecha o a la izquierda, pero también implica un arriba y un abajo, concepto
detestable y carente del principio de igualdad. Soy apolítico implica decir no
quiero opinar, no quiero saber, quiero que otro decida por mí.
Esta producción maquiavélica del pensamiento terminó de
imponerse en nuestro país en los noventa, donde lo importante era el ser
individual, el yo y solo yo, donde el yupie alcanzó el pináculo de su
exposición y los grandes monopolios convencían a todos que los gobiernos debían
ser ejercidos por economistas de chicago (que cosa no Chicago fue mucho tiempo
ciudad de la mafia y luego de los economistas fundidores de países, lo que son
las cosas)
En esa época en la que los países de la Patria Grande caían
como moscas, ser militante implicaba bancarse las malas miradas, las burlas y
las sospechas, porque muchos aprendieron, en esa matriz capitalista que había
que ir a hacer presencia a una agrupación para que te den algo, ese es el
triunfo del oligarca, haber mancillado el concepto de militancia, transformándolo
en el vicio parasitario del arribista.
Los que crecimos en familias militantes, sabemos que militar
no es ir a buscar otra cosa que el cambio de situación del pueblo, que es
luchar por mejores condiciones para todas y todos, soñar con que las
revoluciones son posibles y trabajar para que sea cierto.
Ser apolítico es apoltronarse cómodamente en el egoísmo y
justificar blandamente que no te importa el otro, dejando de lado el bien
común, porque “yo en política no me meto” y las pomposas puntillas no se
ensuciarán jamás con el barro de la lucha.
La idea del pensamiento antipolítico, es que no luches, que
no te metas, que te dé igual. Y, lamentablemente, con un sector lo han logrado.
Ese sector al que le da miedo confrontar y que frente a cualquier intercambio
de ideas te dirá “mirá no sé, yo si no laburo no como” como si el que lo
cuestiona no trabajase, porque lo que subyace en esto es la idea de que todo
militante es rentado.
Detrás del retintín del “todo es mentira” “está todo armado”
“se pelean pero a espaldas se ponen de acuerdo” lo que se esconde es el viejo “no
te metás” que, se supone, después de treinta años de democracia debería haber
sido desalojado de nuestras métricas de análisis, pero permanece, embozado en
la actitud despreciativa de los intelectualoides que no han pisado la calle con
los ojos de la lucha puestos. Porque leer a Marx, o a Perón, o a quien fuere,
es bárbaro, pero llevarlo a la práctica se complica.
Cuando hablamos del enquistamiento neoliberal en la forma de
analizar la realidad de algún sector estamos hablando en realidad de las formas
de pensar que el imperio ha ido imponiendo como modas, aún desde ciertos
sectores del pensamiento filosófico, y es allí donde el humano se aleja del
bien común. El imperio te tienta a estar cómodo, calentito, victima resignada que
no lucha para no ensuciarse. El pensamiento imperial crea ignorantes que a los
que les puede vender su modelo darwinista.
Ese neoliberalismo imperial se ha agarrado firmemente de los
miedos básicos creando formas de pensamiento que alejan al individuo del
compromiso de asumir lo más profundo de sus ideas, pero que también lo eximen
de poner la cara a la hora de luchar por lo que sueña o desea.
“yo no quiero politizar el tema” que ya está politizado
viejo, excluir a la cosa implica traerla o aceptar que está presente, lo que no
querés es decir lo que pensás porque te pesa, porque discutir te parece
violento, porque te da miedo la confrontación, porque compraste el modelo new
age del consenso urbano, que tiene una contra que no te contaron, no hay
consenso sin discusión previa.
Entonces el apolítico se estereotipa en su ron individual,
mareado en un torbellino ezquisofrenizante de contradicciones, miedos,
segmentaciones discursivas y poses que “no están bien pero se usan”. El apolítico
justifica genocidas cuando dice que los juicios por la verdad son para validar
un gobierno, es capaz de linchar a un muchacho que no quiere romper el congreso
en una “marcha por las instituciones”, es capaz de desear la muerte de aquella
persona a la que acusa de avasallante dictadora, habla de la honestidad pero
marcho junto a un falso ingeniero, habla de armonía y defiende al jefe de la
policía metrorepresora.
No puede definir de qué lado se para, más que del lado “contra…”
porque despotrica pero usa los beneficios, quiere no ser parte del pueblo,
porque prefiere ser llamado “gente” porque para él o ella lo popular está
manchado de grasa y tierra. Solo se pone el mote de pueblo cuando sale a gritar
en contra de esos que le dan tantas cosas al pobre, entonces se vuelve pueblo
en el sentido más griego de la palabra, porque el pueblo, el kratos, como ya
dije en otra nota, no se componía de pobres, ni de mujeres, ni de esclavos. El
apolítico sólo se reconoce pueblo cuando es “pueblo chico”
Al apolítico le da tirria la consigna “nacional y popular”
porque es de acá y para todos, quizá se defina por “internacional y elitista”
así pertenece al grupete que vive de la figuración en revistas. Hace mucho
había una canción de Soda Stereo que los pintaba muy bien, se llamaba Jet Set,
en una de sus estrofas dice: “Tengo el
bolsillo agujereado /Pero al menos tengo un Rolex /Lo he logrado” porque el
apolítico es consumista, pero no sólo de objetos, compra lo que padre monopolio
vende, compra ideas, carísimas, porque suelen costar libertad y soberanía.
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