martes, 30 de abril de 2013

El Pensamiento Antipolítico.

Por Guadalupe Podestá Cordero

Dicen que el mejor truco del diablo es hacerle creer a los demás que no existe. Bien, el mejor truco de las oligarquías es generar en la población el pensamiento antipolítico. “No politicemos” dice el mediano como si la decisión de sacar la política de su hablar no fuera una decisión política.

Ignorar que la vida es producto de nuestro pensamiento político es negar que crecemos mamando la ideología de la familia, pero además es la mejor justificación para la irresponsabilidad frente a la propia vida.

El pensamiento antipolítico es producto de los patrones y no del pueblo trabajador, al pueblo se lo forma en la idea de que “la política es sucia” o “la política es corrupta y peligrosa” para que no se metan, para que no indaguen, para que no transformen; porque al fin de cuentas la política es el pensamiento transformador, no sólo el arte de lo posible, sino encontrar la forma de que los sueños del bien o del mal se cristalicen en concreciones.

El pensamiento antipolítico es el lugar cómodo del mediopelo, es como el centro, que es una forma de no asumir que te paras a la derecha o a la izquierda, pero también implica un arriba y un abajo, concepto detestable y carente del principio de igualdad. Soy apolítico implica decir no quiero opinar, no quiero saber, quiero que otro decida por mí.

Esta producción maquiavélica del pensamiento terminó de imponerse en nuestro país en los noventa, donde lo importante era el ser individual, el yo y solo yo, donde el yupie alcanzó el pináculo de su exposición y los grandes monopolios convencían a todos que los gobiernos debían ser ejercidos por economistas de chicago (que cosa no Chicago fue mucho tiempo ciudad de la mafia y luego de los economistas fundidores de países, lo que son las cosas)

En esa época en la que los países de la Patria Grande caían como moscas, ser militante implicaba bancarse las malas miradas, las burlas y las sospechas, porque muchos aprendieron, en esa matriz capitalista que había que ir a hacer presencia a una agrupación para que te den algo, ese es el triunfo del oligarca, haber mancillado el concepto de militancia, transformándolo en el vicio parasitario del arribista.

Los que crecimos en familias militantes, sabemos que militar no es ir a buscar otra cosa que el cambio de situación del pueblo, que es luchar por mejores condiciones para todas y todos, soñar con que las revoluciones son posibles y trabajar para que sea cierto.

Ser apolítico es apoltronarse cómodamente en el egoísmo y justificar blandamente que no te importa el otro, dejando de lado el bien común, porque “yo en política no me meto” y las pomposas puntillas no se ensuciarán jamás con el barro de la lucha.

La idea del pensamiento antipolítico, es que no luches, que no te metas, que te dé igual. Y, lamentablemente, con un sector lo han logrado. Ese sector al que le da miedo confrontar y que frente a cualquier intercambio de ideas te dirá “mirá no sé, yo si no laburo no como” como si el que lo cuestiona no trabajase, porque lo que subyace en esto es la idea de que todo militante es rentado.

Detrás del retintín del “todo es mentira” “está todo armado” “se pelean pero a espaldas se ponen de acuerdo” lo que se esconde es el viejo “no te metás” que, se supone, después de treinta años de democracia debería haber sido desalojado de nuestras métricas de análisis, pero permanece, embozado en la actitud despreciativa de los intelectualoides que no han pisado la calle con los ojos de la lucha puestos. Porque leer a Marx, o a Perón, o a quien fuere, es bárbaro, pero llevarlo a la práctica se complica.
Cuando hablamos del enquistamiento neoliberal en la forma de analizar la realidad de algún sector estamos hablando en realidad de las formas de pensar que el imperio ha ido imponiendo como modas, aún desde ciertos sectores del pensamiento filosófico, y es allí donde el humano se aleja del bien común. El imperio te tienta a estar cómodo, calentito, victima resignada que no lucha para no ensuciarse. El pensamiento imperial crea ignorantes que a los que les puede vender su modelo darwinista.

Ese neoliberalismo imperial se ha agarrado firmemente de los miedos básicos creando formas de pensamiento que alejan al individuo del compromiso de asumir lo más profundo de sus ideas, pero que también lo eximen de poner la cara a la hora de luchar por lo que sueña o desea.
“yo no quiero politizar el tema” que ya está politizado viejo, excluir a la cosa implica traerla o aceptar que está presente, lo que no querés es decir lo que pensás porque te pesa, porque discutir te parece violento, porque te da miedo la confrontación, porque compraste el modelo new age del consenso urbano, que tiene una contra que no te contaron, no hay consenso sin discusión previa.

Entonces el apolítico se estereotipa en su ron individual, mareado en un torbellino ezquisofrenizante de contradicciones, miedos, segmentaciones discursivas y poses que “no están bien pero se usan”. El apolítico justifica genocidas cuando dice que los juicios por la verdad son para validar un gobierno, es capaz de linchar a un muchacho que no quiere romper el congreso en una “marcha por las instituciones”, es capaz de desear la muerte de aquella persona a la que acusa de avasallante dictadora, habla de la honestidad pero marcho junto a un falso ingeniero, habla de armonía y defiende al jefe de la policía metrorepresora.

No puede definir de qué lado se para, más que del lado “contra…” porque despotrica pero usa los beneficios, quiere no ser parte del pueblo, porque prefiere ser llamado “gente” porque para él o ella lo popular está manchado de grasa y tierra. Solo se pone el mote de pueblo cuando sale a gritar en contra de esos que le dan tantas cosas al pobre, entonces se vuelve pueblo en el sentido más griego de la palabra, porque el pueblo, el kratos, como ya dije en otra nota, no se componía de pobres, ni de mujeres, ni de esclavos. El apolítico sólo se reconoce pueblo cuando es “pueblo chico”

Al apolítico le da tirria la consigna “nacional y popular” porque es de acá y para todos, quizá se defina por “internacional y elitista” así pertenece al grupete que vive de la figuración en revistas. Hace mucho había una canción de Soda Stereo que los pintaba muy bien, se llamaba Jet Set, en una de sus estrofas dice: “Tengo el bolsillo agujereado /Pero al menos tengo un Rolex /Lo he logrado” porque el apolítico es consumista, pero no sólo de objetos, compra lo que padre monopolio vende, compra ideas, carísimas, porque suelen costar libertad y soberanía.

En fin, sé que no me ganaré amigos, pero tampoco es importante que todos nos amen, cosa que el apolítico busca desesperadamente, porque lo que subyace en el fondo del que no se anima a tomar posición, es el deseo de ser amado o mejor dicho el temor a ser rechazado.

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