Cuando uno arroja una piedra a un vaso de cristal y éste se
quiebra, a veces surge la pregunta ¿por qué se rompe el vaso? ¿Es por culpa de
la piedra que lo impactó? ¿O porque el vaso es rompible y luego entonces la
piedra lo fragmenta? Es una pregunta que solía plantearla el sociólogo Pierre
Bourdieu para explicar que solo la segunda posibilidad era la correcta, porque
te permitía ver, en la configuración interna del objeto, las condiciones de su
devenir.
En el caso del referéndum del 21 de febrero, no cabe duda
que hubo una campaña política orquestada por asesores extranjeros. Las visitas
clandestinas de la ONG NDI, dependiente del Departamento de Estado, sus cursos
de preparación de activistas cibernéticos, los continuos viajes de los jefes de
oposición a Nueva York —no precisamente a disfrutar del invierno—, hablan de
una planificación externa que tuvo su influencia. Pero así como la piedra
arrojada hacia el vaso, esta acción externa solo pudo tener efecto debido a las
condiciones internas del proceso político boliviano, que es preciso analizar.
CLASES. 1. La nueva estructura de las clases sociales
Que en 10 años el 20% de la población boliviana haya pasado
de la extrema pobreza a la clase media es un hecho de justicia y un récord de
ascenso social, pero también de desclasamiento y reenclasamiento social, que
modifica toda la arquitectura de las clases sociales en Bolivia. Si a ello
sumamos que en la misma década de oro la diferencia entre los más ricos y los
más pobres se redujo de 128 a 39 veces; que la blanquitud social ha dejado de
ser un “plus”, un capital de ascenso social y que hoy más bien la indianitud se
está consagrando como el nuevo capital étnico que habilita el acceso a la
administración pública y al reconocimiento, nos referimos a que la composición
boliviana de clases sociales se ha reconfigurado y, con ello, las
sensibilidades colectivas, o lo que Antonio Gramsci llama el sentido común, el
modo de organizar y recepcionar el mundo, es distinto al que prevalecía a
inicios del siglo XXI.
Las clases sociales populares de hoy no son las mismas que
aquellas que llevaron adelante la insurrección de 2003. Los regantes controlan
sus sistemas de agua; los mineros y fabriles han multiplicado su salario por
cinco; los alteños, que pelearon por el gas, ahora tienen, en un 80%, gas a
domicilio; las comunidades campesinas e indígenas tienen seis veces más
cantidad de tierra que todo el sector empresarial; y los aymaras y quechas,
marginados por su identidad indígena en el pasado, son los que ahora conducen
la indianización del Estado boliviano. Hay, por tanto, un poder económico y
político democratizado en la base popular, que modifica los métodos de lucha
sociales para ser atendido por el Estado. Paralelamente, la urbanización se ha
incrementado pero, ante todo, los servicios urbanos de educación, salud,
comunicación y transporte se han expandido en las áreas rurales ampliando los
procesos de individuación de las nuevas generaciones, diversificando las
fuentes de información y de construcción de opinión pública regionalizada más
allá del sindicato o la asamblea. Si a ello añadimos el hecho de que pasada la
etapa del ascenso social insurreccional (2003-2009), inevitablemente viene un
reflujo social, un repliegue corporativo que debilita a las organizaciones
sociales y a su producción de un horizonte universal, entonces es normal un
periodo de despolitización social, que disminuye la centralidad sindical como
núcleo privilegiado de construcción de la opinión publica popular, para
ampliarla a una pluralidad de fuentes como los medios de comunicación, la
gestión estatal, las redes sociales, etc.
La comunidad nacional en lucha contra las privatizaciones,
la comunidad nacional despojada de sus recursos y que reclama su reconquista, o
la comunidad dolorosa de las víctimas de la matanza de octubre de 2003, que
fueron la base del ascenso revolucionario entre 2000 y 2006, han dado lugar a
otro tipo de comunidades reivindicativas más dispersas regionalmente, más
afincadas en la gestión de proyectos de desarrollo o de expectativas educativas
de carácter individual. Se trata de comunidades de tipo virtual o mediáticas
que no solo modifican los métodos de lucha sino también los contenidos mismos
de lucha, las percepciones sobre lo deseado, lo necesario y lo común.
Estamos, por tanto, no solo ante una nueva estructura de
clases, sino también ante nuevos marcos culturales de movilización y de
percepción del mundo. Por todo ello, la convocatoria del sindicato o de la
comunidad convertida en capital electoral en 2005 o en 2009, que irradió a
sectores de la sociedad civil individuada, hoy no son suficientes para producir
el mismo efecto electoral. Sin duda, el mundo sindical obrero, campesino-indígena
y vecinal pobre continúa siendo el bastión más sólido y leal del proceso de
cambio —y esto se ha verificado nuevamente en la última elección con gestos tan
extraordinarios como la donación de una mita por parte del proletariado minero
de Huanuni para la campaña—, pero ya no tiene el mismo efecto irradiador de
antes. Han surgido otras colectividades sociales entre las clases populares y
en las diversas clases medias de origen popular, más volátiles, por residencia,
por estudio o por comunidad virtual, que se mueven por otros referentes e
intereses, muchas veces de carácter individual. Como gobierno revolucionario
habíamos ayudado a cambiar al mundo; sin embargo, en la acción electoral, en
una parte de nuestras acciones, seguíamos aún actuando como si el mundo no
hubiera cambiado. Acudimos a medios de movilización y de información
insuficientes para la nueva estructura social de clases y, en algunas
ocasiones, empleamos marcos interpretativos del mundo que ya no correspondían
al actual momento social.
LIDERAZGO. 2. Hegemonía no es lo mismo que continuidad de
liderazgo
La fortaleza de un proceso revolucionario radica en
instaurar una matriz explicativa del mundo en medio de la cual las personas,
las clases dominantes y las clases dominadas, organizan su vida cotidiana y su
futuro.
Durkheim llamaba a esto las estructuras del conformismo
moral y conformismo lógico de la vida en común. Y el bloque social dirigente
capaz de conducir activamente estas estructuras se constituye en un bloque
social hegemónico. El proceso de cambio creó una matriz explicativa y
organizadora del mundo: Estado plurinacional, igualdad de naciones y pueblos
indígenas, economía plural con liderazgo estatal, autonomías. Hoy, izquierdas y
derechas se mueven en torno a esos parámetros interpretativos que regulan el
campo de lo posible y lo deseado socialmente aceptado. Hoy, la gente de a pie
construye sus proyectos personales y expectativas en torno a estos componentes
potenciados hacia el futuro a través de la Agenda Patriótica 2025, y no tiene
al frente ningún otro proyecto de Estado y de economía que le haga sombra. En
ese sentido, hablamos de un campo político unipolar. El que el presidente Evo
tenga una popularidad y apoyo a la gestión de gobierno que bordea el 80%, según
las encuestas hechas en plena campaña por el referéndum, constata este hecho
hegemónico.
Sin embargo, cuando a los entrevistados se les consulta si
están de acuerdo con una nueva postulación, solo la mitad de los que apoyan la
gestión responde positivamente. El apego al proyecto de Estado, economía y
sociedad no es similar al apoyo a la repostulación o, si se quiere, hegemonía
no es directamente sinónimo de continuidad de liderazgo.
Es posible que haya pesado la desconfianza normal hacia una
gestión muy larga; también es posible que algunas personas pensaran que en el
referéndum volvían a reelegir a Evo, creyéndolo innecesario después de ya
haberlo elegido en 2014. En todo caso, sobre ese espacio de votantes que daban
su apoyo a la gestión de Evo, pero no a su repostulación, se centró toda la
artillería de la campaña, tanto de la oposición como del partido gobernante. La
oposición se montó rápidamente en una matriz de opinión larvaria, pero
trabajada desde hace años con el apoyo de agencias internacionales, referida a
que los gobiernos de izquierda revolucionarios son “autoritarios”, “abusivos”,
quieren “eternizarse”, etc. Y, entonces, la repostulación fue rápidamente
ensamblada a la lógica de una manifestación que confirmaba el “abuso”, el
“autoritarismo” etc. Algunos izquierdistas de “cafetín” se sumaron a este
estribillo y, por consiguiente, la irradiación fue más extensa. En tanto que el
partido de gobierno tuvo que hacer una doble labor explicativa. Primero,
enfatizar que quienes no querían la repostulación eran los de la vieja derecha
privatizadora y, luego, que la repostulación garantizaba la continuidad del
proceso de cambio. En esta dualidad explicativa es donde se perdió la fuerza de
la simpleza de una consigna electoral, frente a la matriz discursiva imperialmente
labrada que repercutía más fuerte justamente por su simpleza.
REDES. 3. Las redes: nuevos escenarios de lucha
Recientemente estuve en San Pedro de Curahuara, un municipio
alejado, cercano a la frontera con Chile. Los mallkus y mama t´allas nos
recibieron con cariño y bien organizados; habían decidido en su asamblea los
temas a tratar y los oradores. Pero también vinieron a recibirme los jóvenes
del colegio. Todos los estudiantes de la promoción tenían un smartphone similar
al mío, y si bien no habían participado de la asamblea comunal, se habían
enterado por teléfono o WhatsApp que estábamos llegando al municipio. Aquello
que vi en Curahuara se repite en toda Bolivia. El internet y las redes han
abierto un nuevo soporte material de comunicación, tan importante como lo
fueron otros soportes materiales de comunicación en el pasado: la imprenta en
el siglo XVIII, la radio a principios del siglo XX, la televisión a fines del
siglo XX. Se trata de medios de comunicación cada vez más universales, que han
llegado para quedarse y que no solo modifican la construcción cultural y
educativa de las sociedades, sino la forma de hacer política y de luchar por el
sentido común.
La masificación y novedad de este nuevo soporte material de
comunicación ha generado una sobreexcitación comunicacional que ha sido bien
aprovechada por las fuerzas políticas de derecha, que dispusieron recursos y
especialistas cibernéticos al servicio de una guerra sucia como nunca antes
había sucedido en nuestra democracia y que ha vertido toda la lacra social en
el espacio de la opinión pública.
Está claro que las redes no son culpables de la guerra
sucia; es la derecha, que no tuvo escrúpulo alguno para esa guerra sucia
unilateral, la que apabulló el medio. Nosotros atinamos a una defensa artesanal
en un escenario de gran industria comunicacional. Al final, esto también
contribuyó a la derrota. A futuro, está claro que los movimientos sociales y el
partido de gobierno deben incorporar en sus repertorios de movilización a las
redes sociales como un escenario privilegiado de la disputa por la conducción
del sentido común.
OPOSICIÓN. 4. Oposición unida
A lo largo de los últimos 15 años, las batallas electorales
han contado con un bloque conservador de derecha fragmentado. Desde las elecciones
de 2002 hasta las de 2014, la derecha política ha presentado varias
candidaturas que han dispersado el voto de esas derechas. En oposición a ello,
la izquierda política ha contado con una única candidatura y, encima,
respaldada por un único bloque de izquierda social (sindicatos, comunidades,
juntas de vecinos).
El 2016 este panorama se ha modificado. Aun con sus
divergencias, toda la derecha pudo articularse en torno a una sola posición, la
del No; e incluso tuvo la capacidad de arrastrar a los fragmentos del
“izquierdismo deslactosado”, que antes había acompañado a Gonzalo Sánchez de
Lozada en su gestión de gobierno.
La antigua fragmentación de la derecha claramente mejoraba
la posición electoral del MAS, que se presentaba como la única fuerza con
voluntad real de gobierno. Sin embargo, al unificarse aquélla para el
referéndum, se anularon temporalmente las fisuras y guerras internas que
debilitaban a unas frente a otras y a todas ellas frente al MAS. Así, el “todos
contra el MAS” permitió que entraran, en una misma bolsa, desde los fascistas
recalcitrantes y los derechistas moderados, hasta los trotskistas avergonzados.
Y, en un memorable grotesco político, la noche del 21 de febrero se abrazaron
quienes, pocos años atrás, estaban agarrando bates de béisbol para romper las
cabezas de campesinas cocaleras, y algunos ex izquierdistas que, alguna vez,
pontificaron desde su escritorio los derechos indígenas.
Al final, la derrota del Sí ha removido la estructura
general de las organizaciones sociales indígenas, campesinas, vecinales,
juveniles, obreras y populares que sostienen el proceso de cambio. Y lo ha
hecho para bien y en un momento oportuno. Momento oportuno porque quedan cuatro
años por delante para corregir errores, ya que es una derrota táctica en medio
de una ofensiva y victoria estratégica del proceso de cambio. Y, para bien,
porque las repetidas victorias de los últimos diez años han generado una
peligrosa confianza y pesadez para un escenario de lucha de clases siempre
cambiante, que requiere lo máximo de las fuerzas, lo máximo de la inteligencia
y lo máximo de la audacia del movimiento popular. Y es que las revoluciones
avanzan porque aprenden de sus derrotas o, en palabras de Carlos Marx, las
revoluciones sociales “se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen
continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado para
comenzar de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las
indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos,
parece que solo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra
nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden
constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que
se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas
gritan: ¡Aquí está Rodas, salta aquí!”
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