Emir Sader 25/05/2016
(- Emir Sader, sociólogo y
científico político brasileño, es coordinador del Laboratorio de Políticas
Públicas de la Universidad Estadual de Rio de Janeiro (UERJ).)
Después de ser derrotada cuatro
veces sucesivamente y de tener todas las de volver a perder frente a Lula en el
2018, la derecha brasileña escogió un atajo para buscar desalojar el PT del
gobierno. Valiéndose de que la totalidad del gran empresariado –al contrario de
los que decían que el PT gobernaba para ellos– se alineó en contra de la
candidatura de Dilma Rousseff, y constituyeron una inmensa caja de
financiamiento privado –en la última elección ese tipo de financiamiento rigió
en Brasil-, para elegir el peor Congreso de la historia del país.
Esa mayoría parlamentaria terminó
siendo decisiva para desalojar a Dilma del gobierno, como se ha visto en la
vergonzosa votación de la Cámara de Diputados, transmitida por televisión y
vista del exterior también, cuando un verdadero striptease ha revelado que es
el Congreso brasileño hoy día. A pesar de que el parlamentarismo ha sido
derrotado en las dos veces que ha ido a plebiscito en Brasil, el Congreso
actual de esa forma, sin ninguna razón para el impeachment de Dilma, se valió de una mayoría parlamentaria de derecha para
derrotarla.
No tardó mucho para que quedara
claro cuál es la cuestión del fondo también en esta interminable crisis
brasileña. Al inicio, los medios internacionales reproducían lo que dice la
prensa brasileña, toda ella comprometida con el golpe, creyendo que el tema era
el de la corrupción del gobierno y del PT. Cuando la crisis se ha vuelto aguda,
los medios mandaron corresponsales, que se han dado cuenta que la situación era
exactamente inversa: son los corruptos que promueven el golpe en contra de una
presidenta sobre la cual no hay ninguna acusación siquiera de involucramiento
con casos de corrupción. Como resultado, nunca se había creado una unanimidad
como la actual en contra del golpe y del gobierno interino de Michel Temer.
La cuestión de fondo para remover
a los gobiernos del PT es el restablecimiento del modelo neoliberal en Brasil,
así como ocurre en Argentina. Más que nunca queda claro que esa es la disputa
central de nuestro tiempo. El PMDD, que desplazó al PSDB – en crisis final –
como partido de la derecha, que nunca había ganado una elección presidencial,
asumió un programa radicalmente conservador, de restauración neoliberal y ahora
intenta ponerlo en práctica. Busca desmontar todo lo que de positivo se ha hecho
desde 2003 en Brasil, que va desde retomar los procesos de privatización,
pasando por al recorte radical de recursos para políticas sociales, hasta
llegar al ataque a los derechos de los trabajadores, así como a los derechos
humanos, a los derechos de las mujeres y de los negros, a la cultura, entre
otras víctimas de su acción predatoria.
El que sea el primer gobierno,
desde la dictadura, que no tenga mujeres en el ministerio, es solo expresión de
la gang (banda) que asalta al poder en Brasil: hombres blancos, adultos,
machistas, involucrados, en su gran mayoría, en procesos de corrupción, con
trayectoria políticas indefendibles. Que
el primer escándalo del gobierno Temer, con la revelación de grabaciones hechas
entre ellos mismos, revele que el golpe fue tramado para buscar frenar las
investigaciones de corrupción, con la caída de uno de los principales
coordinadores del golpe y del gobierno Temer –Romero Jucá-, confirma el sentido
inmediato del golpe. Ello después que el principal coordinador del golpe,
Eduardo Cunha, también fue suspendido de su cargo de presidente de la Cámara de
Diputados.
Es realmente una gang aventurera,
que se lanza al asalto al Estado, colocándose al servicio de los grandes
empresarios, de EEUU, de los medios de información decadentes, para desalojar
el PT del gobierno, buscar protegerse de los casos de corrupción en que están
comprometidos y prestar un gran servicio a los grandes empresarios. Temer ya
afirmó que no le importa la popularidad –que nunca tuvo, ni nunca tendrá–, cree
que presta un servicio al país, “poniendo las cosas en su lugar”, es decir,
todo al servicio del mercado.
Pero toda esa operación golpista, además de
los rollos entre ellos mismos, como van revelando nuevas grabaciones, y del
carácter profundamente antipopular, antidemocrático y antinacional de las medidas que el gobierno
va anunciando, encuentra su obstáculo mayor en la más grande ola de
manifestaciones populares que Brasil jamás ha vivido.
Jóvenes, mujeres, movimientos musicales negros
de las periferias, hinchadas del futbol, movimientos culturales – que han
ocupado las instalaciones del ministerio de cultura en las 27 provincias del
país -, entre tantos otros, copan diariamente las calles del país en
manifestaciones de denuncia del golpe, unificadas por el “Fuera Temer”. El
mismo Temer se ha vuelto el hombre más odiado del país, no puede salir de su
bunker en Brasilia, tuvo que huir de su casa en São Paulo, cercada por
manifestantes populares y sus mismos vecinos. Hasta cuando fue al Congreso a presentar
su plan de ajuste fiscal, fue abucheado con el coro de “golpista”.
¿Qué puede pasar en un país tan convulsionado,
en que la crisis solo se profundiza con el gobierno interino de Michel Temer?
El Senado tiene que refrendar todavía el alejamiento de la presidencia de
Dilma, que mientras tanto circula por el país y por manifestaciones populares,
con un apoyo que nunca había tenido antes, mientras Temer es repudiado por
todos lados. Una situación paradojal que una presidente en esa situación, sea sometida
a un impeachment, mientras su sustituto esté en esa situación. Mientras tanto
las manifestaciones de derecha por las calles, que habían alcanzado a reunir a
mucha gente, especialmente de clase media alta y de burguesía –nunca nadie del
pueblo -, han desaparecido, como que avergonzadas porque la corrupción está
concentrada en el gobierno, mientras la prensa discute cuales serán los
próximos miembros del gobierno a caer en desgracia por revelaciones de casos de
corrupción, de los cuales 8 tienen procesos en el Supremo Tribunal Federal.
Dure poco tiempo o sobreviva hasta 2018, el
gobierno Temer tratará de desmontar todo lo que pueda del patrimonio público y
de derechos de la población. Ya ha dicho que va a sacar de la bolsa familia a
10 millones de familias, entre otras medidas crueles, así como abrir el Pre-sal
a capitales extranjeros. Cuanto logrará avanzar en esa aventura, depende de la
continuidad y expansión todavía más grande de las manifestaciones populares –
donde la CUT tiene un rol fundamental, junto al MST y a otros movimientos
sociales -, así como de la capacidad de la izquierda de encontrar una salida
que frene lo más pronto posible el gobierno Temer.
El fuerte liderazgo de Lula, el único gran
líder popular de Brasil, es la variable determinante para desalojar a Temer del
gobierno, sea logrando la mantención de Dilma –en cuyo gobierno Lula tendría el
rol de coordinador, cambiando la política económica-, sea como candidato
favorito en elecciones anticipadas o en 2018. De ahí la concentración de
ataques de la derecha en contra de él, sin ninguna prueba concreta, pero
intentando generar condiciones para alejarlo de la vida política. Porque saben
que, en elecciones, Lula tiene todas las posibilidades de ganar, deshacer lo
que están haciendo y retomar el modelo de desarrollo económico con distribución
de renta.
El retorno de un pasado derrotado
Los nuevos gobiernos de Argentina
y de Brasil recurren al discurso de la herencia maldita, a los arreglos duros
que habría que hacer debido a un modelo fracasado anterior a ellos, como una
operación de marketing para disimular su falta de alternativas y su previsible
incapacidad de resolver las crisis de sus países. Buscan justificar la dureza
del ajuste fiscal que tratan de imponer, en el tamaño del desarreglo de las
cuentas públicas que habrían heredado, resultado, según ellos, del fracaso de
un modelo.
Porque los cambios de gobierno en Argentina y
en Brasil no han cambiado el período histórico que vivimos. Al contrario, lo
han reafirmado. Han reiterado que la
alternativa a los gobiernos progresistas es el retorno al neoliberalismo que, a
su vez, plantea, más fuertemente todavía, a las fuerzas progresistas, la
necesidad de readecuar rumbos para retomar la construcción de la superación del
neoliberalismo.
Los gobiernos Macri y Temer se dedican,
centralmente, a desmontar las conquistas de los gobiernos que los han
precedido, retomando los ideales neoliberales – e, incluso, los ministros – de
aquel período, tratando de hacer olvidar que fue un modelo y un período
fracasado, que ha desembocado en situaciones desastrosas para esos países. La
condición de lograr reimponer consensos conservadores por parte de los nuevos
gobiernos, es hacer olvidar que esas propuestas ya fueron aplicadas y
fracasaron. Parten de los problemas más recientes, para intentar volver a usar
soluciones que ya han demostrado que son equivocadas.
Volver a privatizar empresas, cuando Argentina
conoce muy bien a lo que ha llevado la pérdida de la autosuficiencia
energética, con todas sus nefastas consecuencias que se prologan hasta hoy, con
la privatización de YPF. Brasil sufre hasta hoy las consecuencias de la venta
de acciones de Petrobras en la Bolsa de Nueva York, a precios bajísimos por
parte de Cardoso.
El corte en los recursos para las políticas
sociales ha llevado al aumento de las desigualdades y de la miseria en nuestros
países en los años 1990, ya conocemos sus efectos. Al igual que la pérdida de
los contratos formales de trabajo ha llevado a que la mayoría de los trabajadores
perdiera sus derechos fundamentales.
Volver a relaciones privilegiadas con los EEUU en lugar de los procesos
de integración regional y el intercambio Sur-Sur, nos llevaría a la terrible
situación que vive México, el país de
América Latina que no ha mejorado nada su situación social en las dos décadas
de vigencia del Tratado de Libre Comercio con EEUU y Canadá.
Por ello, frente a las experiencias
neoliberales de los años 1990, las propuestas de los gobiernos que los han
sucedido han triunfado en tres elecciones sucesivamente en Argentina y en
cuatro en Brasil. El pueblo ha demostrado fehacientemente que prefiere el
modelo de desarrollo económico con distribución de renta al modelo de ajuste
prioritario de las cuentas públicas, con pérdida de derechos y concentración de
renta.
No hubo fracaso de ese modelo. Ese modelo
recuperó a Argentina de la peor crisis de su historia, producida exactamente
por políticas neoliberales. En Brasil Lula superó la más profunda y prolongada
crisis recesiva, generada por las políticas de Cardoso. Así, los nuevos
gobiernos de derecha para retomar viejas y fracasadas fórmulas, necesitan que
el pueblo se olvide que han fracasado. Argentina y Brasil, al final de los
gobiernos progresistas, estaban mucho mejor que cuando salieron de los
gobiernos neoliberales. De lo que se trata, para superar la crisis actual, es
de avanzar, readecuando aspectos del modelo que nos ha permitido superar la
crisis generada por el neoliberalismo y no de retroceder a ese modelo, que es
la causa de fondo de nuestros problemas.
Argentina y Brasil no aceptan retroceder
Argentina, Brasil y otros países
de América Latina han cambiado mucho en este siglo, han cambiado para mejor,
son más diversos, menos injustos, más consientes, no caben más en la forma
estrecha en que las viejas oligarquías los quieren meter. Los procesos de
restauración conservadora que trascurren en Argentina y Brasil se proponen
retrocesos en términos de derechos de las personas y en retrocesos en el tiempo,
en países que ya no caben en sus proyectos, de ahí el recurso a la violencia,
arma de los que no tienen razón.
¿Quién puede imaginar que esos
países puedan volver a ser gobernados por representantes de los banqueros, para
los intereses de los bancos? ¿Quién
puede imaginar que gobiernos puedan promover el desempleo a rajatabla, sin
respetar el derecho de los trabajadores y sin capacidad de organización y de
lucha? ¿Cómo les puede ocurrir a las
viejas oligarquías disfrazadas de nuevas, que puedan hacer de países como
Argentina y Brasil en el siglo XXI, subsidiarias de las políticas
norteamericanas en el continente? ¿Cómo
pueden creer que pueden dar vuelta atrás en el combate a las desigualdades, a
la miseria y a la exclusión social, que tanto han avanzado en esos países, a
contramano de las tendencias del capitalismo mundial? ¿Cómo pueden creer que pueden hacer de
Argentina y de Brasil ejes de los proyectos neoliberales y de los intereses
imperiales de Washington en América Latina?
Pero parece que lo creen, por el tipo de
gobierno, el tipo de ministros, el tipo de política que anuncian y tratan de
poner en práctica. Cambia poco o nada
que en un país retomen el gobierno por elecciones y en el otro por un golpe blando. El objetivo es el mismo: retroceder en lo que
se ha avanzado en la superación del neoliberalismo. Pretenden achicar el tamaño
del Estado y, sobre todo, de los derechos garantizados por políticas
públicas. Buscan abrir el mercado
interno y profundizar los procesos de desindustrialización y desnacionalización
de las economías. Reducir los países al
tamaño del mercado. ¿Es eso lo que el neoliberalismo, lo que las fuerzas
conservadoras tienen a proponer en América Latina? Es a eso lo que quieren llegar.
Buscan políticas externas que desarticulen los
procesos de integración regional, abriendo camino hacia el retorno de las
viejas fórmulas de subordinación económica, política e ideológica al
Imperio. Retorno a lo que fueron las
políticas externas de nuestros países en la década de 1990, de ningún
protagonismo internacional. Países que
sólo atraían la atención cuando había procesos de privatización y cuando había
crisis, para entrar en el primer caso, para huir en el segundo. ¿Quieren hacer
retroceder Argentina y Brasil a las experiencias trágicas que han vivido en los
‘90 y que tantos años y esfuerzos ha costado para superar sus herencias
malditas? ¿Que volvamos a políticas que
excluyen a la gran mayoría de la población, pero que atienden los intereses de
la minoría del país?
Ya no es posible reimponer esos cauces. Nuestras sociedades no lo soportan y las
grandes movilizaciones de rechazo de los gobiernos de Mauricio Macri y de
Michel Temer lo demuestran. Se puede
ganar una elección, en un caso, se puede dar un golpe blando, en el otro, pero
eso no basta para construir un gobierno legitimado por el apoyo popular, capaz
de dirigir el Estado atendiendo a todos, representando a todos.
Lo que se vive no es el final de los gobiernos
que avanzan para superar el neoliberalismo, pero sí un paréntesis, en el que se
acumulan más fuerzas, se agregan más sectores populares, se corrigen errores y
se adecuan orientaciones. Porque
nuestras sociedades no aguantan más ser comandadas por el poder del dinero, han
aprendido a saber que la democracia está estrechamente vinculada al derecho de
todos. Derecho sociales, derechos
políticos, derecho a la palabra.


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